sábado, febrero 23, 2013

No juegues con fuego. (Reflexión en Deuteronomio 6.16-19)

El texto nos muestra a Moisés en la tarea de enseñar al pueblo de Israel quién era Dios realmente, porque incluso habían llegado a pensar que sin importar lo que hicieran, Dios siempre los amaría y estaría con ellos. Pero Dios ama a los que le obedecen y tienen un corazón recto, porque a través de esos corazones Él cumple Su promesa y Su pacto. Dios quiere tener con Su creación una relación estrecha que nazca en la obediencia y que se base en algunos aspectos que nos enseña Moisés.

En primer lugar, no tentar a Dios. El pueblo había visto la poderosa mano de Dios al protegerlos y proveerlos en todo tiempo. Sin embargo, volvieron a murmurar en contra de Moisés, demostrando que sus corazones estaban muy lejos del Señor, porque aun habiendo sustentado Dios todas las cosas, lo negaban. Y al demandar de Dios el qué, cómo y cuándo, el pueblo de Dios estaba mostrando sus graves problemas de incredulidad y falta de confianza en el Señor. Siempre que exigimos a Dios, estamos tentando a Dios y siendo incrédulos. Él no necesita demostrarnos absolutamente nada, porque Su gran amor ya fue demostrado con la muerte de Cristo en la cruz.

En segundo lugar, obedecer toda la ley. A lo largo de este texto, vemos que la ley permitía a las personas poder relacionarse con Dios. La ley revela el carácter de Dios, pero también las características distintivas del pueblo de Dios. Y los estándares de Dios no han cambiado, sigue exigiéndonos el mismo nivel de santidad para poder verlo. Pero no podemos llegar a ser santos, por más que nos esforcemos. La ley nos muestra y refuerza nuestra incapacidad para acercarnos a Dios, porque lo pone muy distante de nosotros. Por eso Dios proveyó a Cristo, para acortar esa distancia. En Cristo la ley fue cumplida plenamente, por eso, al tener fe en Cristo, a cada uno de nosotros se nos considera la ley cumplida, y así Dios ya no nos ve a nosotros, seres pecadores, sino a Cristo. Esto debiese generar en nosotros una gratitud tan grande que nos lleve a obedecer

En tercer lugar, ser bendecidos. Recordemos que si hay desobediencia, hay maldición, por tanto, debemos obedecer los mandamientos y preceptos del Señor para que nos vaya bien. El hombre en su condición natural está ciego, perdido, dominado, esclavizado por el diablo, por el mundo y por la carne, endurecido espiritualmente, es el enemigo de Dios, está muerto en sus delitos y pecados. Pero Dios nos trae a obediencia cuando nos hace hijos suyos. Nadie puede agradar a Dios si no es Su hijo, porque Él pone en nuestro corazón la fe que nos conduce a la obediencia y la gratitud por lo que hizo por nosotros.

Tengamos cuidado de no exigir a Dios, Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos. No necesitamos señales, porque el evangelio es suficiente para nuestras vidas. En ninguna parte de la Biblia dice que Dios mostró Su amor para con nosotros dándonos cosas o trayéndonos éxito, sino que nos mostró Su gran amor en que aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros. Sólo debemos obedecer a Dios, Él se encargará de todo lo demás.