miércoles, agosto 23, 2017

Mate, tostadas y la seguridad de la salvación

Después de la tormenta, siempre viene la calma. Eso dice el dicho popular. Hoy, no fue la excepción. Después de la tensa semana pasada, hoy pudimos entrar sin mayor problema directo al módulo 3. El hermano Cristian Gutiérrez y el hermano Cristian Cornejo (pide nuestras oraciones por un tumor en el cuello) nos esperaban en la tercera reja para llevarnos hasta allá. 
El módulo 3, como relataba anteriormente, es muy diferente al 6. En las escaleras de la entrada hay un contenedor de basura para recibir los residuos desde los pisos superiores. Nadie se preocupa si la basura orgánica cae o no cae dentro del contenedor. El resultado es ese olor nauseabundo del que les hablaba. El primer piso tiene muchas filtraciones, hay basura por los pasillos, las letrinas están expuestas, pero el templo de la "Iglesia del Dios Viviente" nos acoge. 
Lo que ven acá (foto usada con permiso) es el púlpito del templo del módulo 3, junto con mi querido hermano Cristian Gutiérrez, un hombre de recién cumplidos 29, pero que aparenta más de 40. "La droga, la maldad y la mala vida a uno lo van envejeciendo..." nos dice con algo de tristeza. Nos invita a sentarnos y conversar un mate antes de comenzar el culto. Aprovechamos de preguntar más detalles de sus vidas a los hermanos. Todos son de Santiago: Lo Hermida en Peñalolén, Huamachuco en Renca, Sara Gajardo en Cerro Navia, Rosita Renard en Ñuñoa, son algunos de los lugares de donde vienen nuestros hermanos. 
El mate corre mientas hablamos de necesidades, sueños y anhelos. Un parlante para el micrófono (de esos con los que cantan los músicos en las micros) es la necesidad más imperiosa. Mi hermano Felipe Villarroel ya está gestionando eso. Eso les anima mucho.
Comenzamos nuestro culto al Señor. Cantamos y oramos. Me dan la oportunidad de predicar nuevamente. Isaías 43.1-21 es el texto que los invito a leer. "Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice... Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy... Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve... Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará?... No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas... He aquí que yo hago cosa nueva... Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará..." Estos son los énfasis a los que llevé a mis hermanos a reflexionar. Luego, un llamado a pedir perdón a nuestro Señor. Brotan los "Gloria a Dios" en medio de algunos sollozos. La Palabra ha sido predicada.
Probablemente esto no sea relevante para algunos de ustedes, pero para ellos, a quienes siempre les dice que la salvación se pierde, fue un mensaje que les llevó al arrepentimiento y a la fe en Jesucristo. De hecho, tienen instrucciones de rechazar a cualquiera que les enseñe que la salvación no se pierde; pero hoy, sin decirles explícitamente eso, dejamos que la gloriosa Palabra de Dios se los dijera. 
Terminamos nuestro culto y nos sentamos al rededor de una mesa. Nos honran con un tazón de té caliente (que se agradece mucho porque el frío en el módulo penetra hasta los huesos) y unas maravillosas tostadas con margarina. Sinceramente no merecemos tanto cariño, pero lo aceptamos con alegría en el corazón.
Antes de salir, nos comentan que elevaron una solicitud para quedarnos un día hasta las 14.00 para almorzar con ellos. 
Cuando llegamos a la reja del módulo 3, no había Gendarmes. Los internos estaban reclamando con gritos e insultos. Algo tenso en medio de tanta quietud... de hecho, nos estaban llevando de vuelta al templo para nuestra seguridad. Pero en ese lugar, ocurrió un contacto maravilloso: un interno no creyente me toma del brazo y dice: 
- "Esto es lo mejor que me puede pasar hoy... necesito que ore por mí"
- "¿Cómo te llamas?", le pregunto.
- "Arturo me llamo yo... mire pastor (me muestra su costado con una de esas bolsas para contener desechos directo de los riñones. También deja en evidencia una serie de cortes en su piel, producto de riñas)... no me siento bien".
- "A ver si la otra semana nos acompaña en el culto", le dice mi amigo Felipe.
- "En la cárcel es difícil seguir al Señor..." nos responde.
Simplemente lo abrazo y le digo:
- "Lea Isaías 43.1-21. Es lo que compartí a los hermanos hoy. Cristo es la seguridad de nuestra salvación".
Así es... Jesucristo es la seguridad de nuestra salvación. Nada estorbará Sus planes para con nosotros.

jueves, agosto 17, 2017

Cristo en medio de un allanamiento

Hoy me tocó entrar solo a las dependencias de la cárcel de Colina 2. Ya en la portería, se percibe un ambiente enrarecido. Me piden mi carnet, me preguntan a dónde voy, me preguntan el número de mi providencia (autorización para entrar al penal), a pesar que las veces anteriores no lo habían hecho, por ser "evangélico".
En la primera reja, dos Gendarmes conversaban. Uno le dice al otro:
- "Con lo de ayer, lueguito va a quedar la cagá."
- "¿Voh' decí?"
(Suena algo en la radio portátil de uno de ellos)
- "¡¿Viste?! ¡Riña en el 7!"
Los saludo. El ambiente está tenso. Lo que acababa de escuchar explica lo que siento al llegar al primer control.
- "Vaya con cuidado", me dice el mismo Gendarme que anteriormente me dijo que para entrar debía sacarme los aros.
Camino por el pasillo que me lleva a la segunda reja. Paso el control y me dirijo por los pasillos a la tercera reja. 
- "¿Dónde va hermano?", me pregunta otro Gendarme. En esta oportunidad está con chaleco antibalas y casco.
- "Al módulo 6 y luego al 3", respondí.
- "No va poder pasar. Están en un allanamiento en el 3. Espere en la segunda reja. Yo le aviso cuándo puede pasar."
Me devuelvo a la segunda reja, donde espero en un espacio donde transita mucha gente.
Al poco tiempo de estar allí, llega una pareja de Gendarmes vestidos de negro, con pasamontañas, casco, chaleco antibalas. Vienen con las manos llenas de estoques, como los de la foto. Un interno que trabaja en esa sección (tiene ese beneficio por buen comportamiento) despeja un espacio.
- "Vienen más", dice uno de los Gendarmes.
- "Ordénalos pa'la foto", dice el otro.
Obedientemente el interno comienza a ordenarlos por tamaño. Sobresale uno de un poco más de dos metros. El interno me mira y dice algo que no logro entender. Mientras está ordenando, llega un piquete de Gendarmes portando una camilla llena de fierros, cuchillos y estoques. Los dejan caer en el suelo generando un estruendo que alerta a los internos del sector norte. Se escucha que gritan, silban y golpean las rejas.
- "Se están pasando el dato. Así, si hay allanamiento, alcanzan a esconder las weás", me dice el interno que seguía ordenando los fierros. 
Ciento siete armas, entre estoques, fierros, cuchillos y una escopeta hechiza. 
- "Hermano, probablemente no va a poder entrar", me dice un sub oficial que fotografía las armas incautadas, junto con dos bidones de chicha de alguna cosa.
Los minutos pasan. Un interno me ofrece lustrar mis zapatos (Sí, voy con terno y corbata) y accedo. Escucho mucho ruido. El lustrabotas me dice:
- "Se pitiaron a dos estos días. Uno del 3 y otro del 7. Era un cabrito el del 3. Ahora se viene del otro lado... y se van a pitiar a varios de una!".
Le pago al lustrabotas y me llaman para poder entrar. El hermano Cristian me espera a pesar de la hora y media de retraso que llevo.
- "¡Siervo! ¡Lo estaba esperando!"
- "Disculpe hermano, pero no me dejaron...". Me interrumpe, me toma del brazo y me llevan sigilosamente hasta el módulo 3. Pero la cuarta reja está cerrada y los de Fuerzas Especiales de Gendarmería no son muy amables.
- "El siervo viene de la libertad", le explica el hermano Cristian.
- "Me importa una raja si viene del Vaticano. No puede pasar", le responde el Gendarme. 
Le digo a Cristian que no se preocupe, que puedo esperar allí, pero finalmente me dejan pasar.
Cuando llegamos a la reja del módulo 3, había personal de Gendarmería fuertemente armado. Nos explican que sigue el allanamiento en el módulo 3 y que no podré entrar. Soy conducido hasta el módulo 6... nuestro oasis en Colina 2.
El culto estaba en el momento de las ofrendas. Llevo la mía y canto con fervor junto a mis hermanos en Cristo. La Palabra es predicada por un interno. Mientras predica sobre el sacrificio de Cristo por nosotros, se escuchan golpes, gritos, silbidos y balazos (salvas para disuadir). 35 minutos de predicación y volvemos a cantar un par de canciones. Los panderos parecieran acallar el ruido ambiente del allanamiento. Termina el culto. Vamos a la oficina pastoral del módulo 6. Al segundo mate, percibo que ya no hay ruido. Un tenso silencio viene desde los pasillos. Me comentan que el pastor (el capellán) está enfermo y que llevan 5 días sin pastor. Los reúno en un círculo y los animo orando por ellos y por el pastor. Antes de salir, el líder del módulo 6 me llama hacia un costado y me dice:
- "Hermano, necesito pedirle un favor. Resulta que mi pastor probablemente no vendrá en toda la semana y estamos terminando de construir unos púlpitos. ¿Usted podría pasar a comprar los materiales a la ferretería que está aquí al lado de Colina 1? Pida el despacho para el viernes. Acá están mis datos para la entrega. Ellos están autorizados para ingresarnos materiales de construcción". Asiento a la petición y me guardo el dinero que me pasan para la compra.  
Ya son las 11.50, por lo que debo salir. Afuera, en el pasillo que cruza desde el módulo 6 a la cuarta reja, el escenario ha cambiado dramáticamente: lienzos de despedida a los muertos. "Te vengaremos" dice uno de ellos. Velas, vírgenes y una Biblia abierta en el salmo 46. Me despido de Cristian, quien me da un fuerte abrazo. 
- "Ore por nosotros siervo... la cosa está mala aquí. Las potestades y las tinieblas están a su antojo llevándose gentiles al de los callaos", termina diciendo con voz temblorosa.
- "Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro", atiné a decir.
Salí del CCP Colina 2 con una sensación de pesar. Intranquilo, podría decir.
Mientras compraba los materiales, la sirena de una ambulancia me distrae. Llega hasta la entrada de Colina 2 y entra raudamente al estacionamiento del penal. "Nada nos podrá separar..." son las palabras que giran en mi cabeza. Ninguna cosa. Ni siquiera morir en la cárcel nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús.

lunes, agosto 07, 2017

Libres en prisión

Lunes, 9.30 a.m.
Es mi segunda entrada al Centro de Cumplimiento Penitenciario Colina 2. Ya habíamos estado el viernes pasado con un hermano de la Iglesia Presbiteriana de Chile. Ese día, participamos  del culto que se desarrolla en el templo "El Alfarero" que se ubica en el patio del módulo 6 de dicho penal. Un culto Pentecostal como nunca había visto. Y es que la pasión y el denuedo con que esos hermanos en Cristo alaban a Dios, eriza la piel. Son hombres rudos, con rostros que dejan ver que han pasado cosas en la vida... o que la vida les pasó por encima. Pero allí están; oran como si la vida se les acabara, dan tres 'Gloria a Dios' cada vez que pueden, cantan 'En Cristo tengo libertad' entre lágrimas... sin duda una experiencia imborrable. Nos llevan hasta el altar y allí nos invitan a tomar asiento para seguir el culto donde he sido invitado a predicar. Una vez terminado el servicio, nos conducen nuevamente por los pasillos hasta volver "a la libertad".
Pero hoy fue un poco diferente. 
Antes de las 10.00 estábamos en nuestro centro de operaciones: la sala de estar del módulo 6. Un oasis entre los módulos del sector sur. Hasta ese lugar llegó Cristian, un hombre joven, alto, delgado, de mirada dura, pero con una humildad tremenda. Nos lo presentan como el encargado del módulo 3, lugar donde hemos sido designados para trabajar con los hermanos. Nuestro trabajo estará concentrado en la enseñanza (predicación) y en el acompañamiento espiritual.
Algunos minutos después, el Capellán Evangélico del "CCP Colina 2" habla al hermano Cristian: "Hermano, ellos van con ustedes. Por favor, me los cuida. Cuídelos al entrar y al salir. A las 11.50 los quiero acá". Y partimos. Desde el módulo 6 al módulo 3 hay unos 100 metros. Tal vez un poco menos. En todo el trayecto por un pasillo similar al de la foto, los internos nos saludan y nos piden la bendición. Intento ser amable y estrecho la mano de todos los internos no cristianos que extienden su mano para saludar. El hermano Cristian insiste en que caminemos rápido, así que me someto a su autoridad. El hedor que hay en este pasillo es nauseabundo y muy penetrante. Los internos barren una mezcla de basura, restos de comida y barro. Desde los pisos superiores gotea agua de color negro y desde las rejillas de los pasillos cuelgan papeles, restos de envases y restos de comida. 
Llegamos al módulo 3. Tres internos se garabatean. Uno acusa a otro de no haber hecho nada para celebrar a sus hijos en el día del niño (había sido celebrado el viernes en la tarde, con juegos inflables, payasos, dulces y otras cosas). Entramos al módulo, pisando algún líquido viscoso en el suelo. "Cuidado siervo. Eso es grasa de pollo. Si la pisa, puede resbalar y caer", me advierte uno de nuestros guías. Dentro del módulo, nos conducen por sinuosos pasillos entre las literas de los internos. El lugar es lúgubre, frío y con un profundo olor a encierro. Llegamos a una puerta (que no tiene puerta) que nos invita a acceder al patio del módulo 3. Mucha basura acumulada en las orillas del sendero que han dejado para caminar. En el patio hay gente caminando de un extremo a otro, fumando, lavando ropa; un par, juega un partido de tenis.
Entramos a una ranchita de 5x4 metros: es el templo del módulo 3. 8 bancas, 5 sillas, un púlpito, cortinas, un amplificador para la guitarra y otro para el micrófono. Soy invitado a coordinar el servicio. 8 hermanos nos acompañan. Leo el Salmo 127 por indicación del encargado del módulo 3. Cantamos. Escuchamos testimonios. Oramos. Recogemos la ofrenda. Cantamos. Escuchamos la Palabra de Dios expuesta por mi partner presbiteriano. Cantamos. Oramos. Terminamos nuestro culto.
Como hay tiempo (terminamos tipo 11.20), somos los invitados de honor a un café y una ronda de mate. Dos paquetes de galletas son abiertos en nuestro honor. Nuestros hermanos nos cuentan cómo el hecho que estemos allí, es una respuesta a sus oraciones. Lloran de alegría al saber que nosotros, en "la libertad", estábamos orando hace más de un año y medio para poder entrar a la cárcel a servirles a ellos. Disfruto de un mate, mientras hablamos de la forma de gobierno presbiteriana y del evangelismo relacional que desarrollamos, en vez del 'punto de predicación'. 
Voy por un segundo mate, pero somos abruptamente interrumpidos por el líder. Nos toman literalmente del brazo, corremos por los mismos pasillos oscuros del primer piso del módulo 3, y somos llevados sin poder cruzar palabras con "los gentiles" que nos saludan en el pasillo. 
Después de una oración en el módulo 6, el oasis de orden y limpieza del sector sur, somos conducidos velozmente hacia la reja que nos dejará nuevamente en "la libertad". Será hasta el miércoles.
Es tremendo estar participando de esto. Si bien es cierto había tenido una experiencia anterior visitando presos en una cárcel en el sur, esta vez es diferente. Los internos son de alta peligrosidad (no todos lo son). Para algunos, la cárcel más peligrosa de Chile. En febrero de este año hubo incidentes que dejaron varios reos heridos. Algunos de gravedad. El hacinamiento y las sangrientas riñas son panorama habitual del recinto que es considerado el quinto más complejo de Latinoamérica. 
En este lugar estamos acompañando a hermanos en Cristo que tienen deudas con la justicia. Hermanos en Cristo que, estando en prisión, son libres.