jueves, septiembre 21, 2017

"Pastoreando" una iglesia en la cárcel

Hace un par de días, un amigo pastor me dijo: "Jano, estás pastoreando una iglesia en la cárcel".
Al principio no lo consideré como algo efectivamente cierto. De hecho, cumplo labores de tipo pastoral junto a mi hermano presbiteriano Felipe Villarroel. 
Sí creo que cumplo con una función de colaborador, compañero de lucha, consejero y expositor de la Palabra de Dios. Pero cuando pienso que la labor pastoral también es eso, tal vez sí estoy "pastoreando" una iglesia en la cárcel (insisto: ejerciendo cierta labor pastoral), no obstante que el pastor es el Capellán Evangélico de Colina 2.
En el sentido estricto, no soy pastor de la "Iglesia del Dios viviente" del módulo 2 de Colina 2. O sea, ni siquiera he sido ordenado como pastor. Tampoco pretendo que sea así, puesto que, como decía, por la gracia de Dios soy un colaborador en el rol educativo de la iglesia, ejerzo cierto liderazgo espiritual y sí soy activo en el cuidado pastoral de mis hermanos internos; y ese servicio que Dios me permite es inmensamente alentador para mis dones. Incluso es mi responsabilidad como presbítero (o anciano) de la iglesia.
Con todo, siervos inútiles somos, pues estamos haciendo solamente lo que se nos encargó que hagamos.

Sin embargo, hay necesidades pastorales urgentes por las que les ruego sus oraciones:
- Fortalecimiento del líder del módulo 3. El hermano Cristian G. necesita de nuestras constantes oraciones; la vida dentro de la cárcel no es fácil. Las luchas de convivencia son brutales, tanto con los hermanos, como con los "gentiles" del módulo 3.
- Vida espiritual de los hermanos. Las condiciones de vida en la cárcel requieren que un interno mantenga ciertas actitudes para poder hacerse respetar. El estilo de vida canero se contrapone con el estilo de vida del cristiano. Eso genera una compleja tensión para nuestros hermanos. Oremos para que Cristo sea manifiesto en todo lo que piensan y hacen.
- Violencia. Por diversos motivos, muchos hermanos acaban cediendo a la presión de vivir en la cárcel. El martes se vivió una situación de violencia entre los hermanos del módulo 3: un hermano robó cigarros a un gentil, escupió a uno de los otros hermanos y quiso apuñalar al líder del módulo 3. Fue separado del grupo de los evangélicos del módulo por asuntos de seguridad.
- Allanamientos. Las redadas de parte de Gendarmería son comunes. Ayer, miércoles 20, no pudimos tener nuestro culto porque estaban con este procedimiento y recién permitieron la salida de los hermanos a las 11.30. El motivo del allanamiento fue la muerte de una persona del módulo 4, que había estado en tensión con algunas personas del módulo 3. Las muertes de internos "gentiles" afectan a los hermanos. Para ellos, es Satanás llevándose las almas que no han conocido a Cristo. Oremos por fortaleza para ellos en cada allanamiento.

Estos son, en parte, los problemas de la iglesia donde Dios me está permitiendo ejercer una labor pastoral. Estas son las necesidades de, como dicen mis hermanos de Colina 2, las "ovejas" que Dios me está permitiendo acompañar pastoralmente.
Sin darme cuenta, en la práctica estoy "pastoreando" una iglesia de miembros que conviven con la muerte, se escupen y se intentan apuñalar... no muy distinto a lo que ocurre en mi iglesia local, donde también convivimos día a día con la muerte, nos escupimos e intentamos apuñalar, pero en el corazón. 

martes, septiembre 19, 2017

Dos horas tras las rejas

La experiencia de hoy, no tiene comparación. Nada de lo que he hecho en toda mi vida se compara a las dos horas que permanecí, junto a mis hermanos que cumplen condena, tras las rejas. 
Pero lo primero, es lo primero. La llegada habitual a las 09.30, primera reja de control: revisión, providencia 795, dejar llaves, cédula de identidad, revisión de la Biblia y libros que voy ingresando para la biblioteca de los hermanos, timbre azul sobre la piel, timbre de agua (con tinta visible a la luz ultravioleta), credencial colgada en el cuello que debe permanecer siempre visible. Segunda reja, revisión de timbres. Tercera reja, nuestros hermanos nos esperan en ese lugar para conducirnos a la cuarta reja donde podemos entrar por los timbres y la credencial. Detrás de los barrotes de la quinta reja, la del módulo 3, nos espera el hermano Cristian G. Él nos había dicho que en estas fechas siempre había alzamientos de parte de los internos; la necesidad de pasar las fiestas con la familia hace que todos anden hipersensibles. Entre los módulos 3 y 4, hay un intercambio de palabras entre los internos. Un piquete de gendarmes se pasea con cascos, palos y armas. Escuchamos promesas de puñaladas de un lado hacia el otro, antes de entrar.
El cabo Palavecino abre, deja que entremos y luego cierra. Se suma al piquete, mientras nosotros caminamos hacia el templo en el patio, por el pasillo del primer piso, que está más mojado que en otras oportunidades. Al llegar al patio, un escenario diferente nos recibe: alcanzo a contar 8 fogatas, que se transformarán en nuestras parrillas: hoy estábamos invitados a celebrar el 18 con ellos.
- "¡Hermanos! ¡Vinieron!", nos dice el hermano Williams.
- "No podía dejar de venir", le respondí.
El ambiente es festivo, no exento de algunas dosis de violencia
verbal. Discusiones menores, pero llenas de ofertas de puñaladas de un lado a otro.
- "Hermanos... hoy pensamos que era mejor no hacer el culto, para poder preparar todo", nos dice el hermano Cristian.
- "No hay problema. Esto nos bendice y edifica.", les responde mi compañero presbiteriano Felipe Villarroel.
- "Mientras las ovejas preparan todo, entremos por unos mates al templo...", replica el hermano Cristian. Seguimos su instrucción. 
Una vez adentro, nos entregan un regalo: fundas de cuero para nuestras Biblias, hechas en el taller de talabartería por el hermano Miguel. Después de unos mates, nos invitan a salir. Afuera, tienen instalada toda una tienda, con mesas, sillas, anafre artesanal, la carne y las verduras para las ensaladas.
- "Siervo, siéntese por acá" me indica el hermano Elías. Es el mejor lugar del espacio preparado. Mientras nos ofrecen un trozo de queque y un vaso de bebida, los "gentiles" del módulo colocan su música, preparan sus cosas. 
- "¿Quién puede preparar el arroz?, pregunta tres veces el hermano Cristian C. Nadie le responde.
- "¡Yo! ¡Yo quiero hacerlo!" dije levantando mi mano.
- "No siervo... usted no... usted siéntese y disfrute", me contesta el hermano Cristian C., con una sonrisa en la cara.
- "No te tienen fe Jano", dice Felipe.
- "No, es que el siervo no tiene que hacer nada, si son nuestros invitados", dice el hermano Matías.
- "Si Jesús vino a servir, la mejor forma de disfrutar es sirviendo", le dije a los hermanos, intentando persuadirlos. 
- "¿Se atreve a hacer el arroz? Son dos kilos", me dice el hermano Matías.
- "Traigan las cosas... el arroz, la olla, ajo, pimiento... lo que quieran colocar", les respondo, mientras me pongo de pie y me arremango la camisa.
Comencé a picar ajo, pimiento rojo y verde. Mientras preparo el arroz, los hermanos me abrazan cariñosamente. El ambiente es cada vez más distendido. Coloco la olla con la preparación del arroz sobre el anafre artesanal (un ladrillo con un soporte de fierro para la olla y unos filamentos conectados a la corriente con un enchufe de dudosa calidad). Mientras disuelvo un caldo maggi en un tazón (me piden colocarle ese condimento), se me acerca el hermano Víctor y me ofrece un "omeprazol canero": un trozo de pan quemado, junto a un vaso de mineral con limón y sal. Me dicen que es para cuidar el estómago. Con la sal, se sube mucho la mineral y se me derrama sobre la camisa. Es motivo de risas, así que nos reímos todos juntos. El arroz queda listo y muy bien graneado, a pesar de lo complicado (para mí) de su cocción. Mientras tanto, la carne es asada sobre una rejilla colocada sobre medio tambor, en cuyo interior arde la madera de viejos muebles y literas artesanales que ya no pueden ser usadas. 
A las 12.00, los módulos son cerrados. Hasta las 14.00, el personal está en colación y solamente queda un piquete para atender cualquier urgencia. Por ese motivo siempre tenemos que abandonar a las 12.00. Pero hoy tenemos autorización para quedarnos hasta las 14.00. Cuando llegó la hora de cierre, fue impresionante el cambio en el ambiente. Los "gentiles" comienzan a pasearse con estoques en sus manos, amarrados a sus cinturas, marcando territorio. El olor a "paragua" y a laca (que aspiran) inunda gran parte del patio.

Nuevamente se escuchan voces de amenaza y oferta de estocadas y puñaladas. Es en ese momento que el hermano Cristian, líder del módulo 3, nos invita a "conocer la cárcel de verdad".
- "Vamos a subir a las piezas. Mientras vayamos subiendo, no miren mucho a los gentiles. Andan empastillados, drogados y eso los pone más violentos de lo que son... podrían enojarse de verlos a ustedes. Sáquense la credencial y caminen como uno más de nosotros", son las instrucciones que nos da el hermano Cristian. 
- "Como usted mande hermano Cristian", le respondí.
A esa altura, y por el calor que hacía, ya estaba sin corbata y con la camisa afuera del pantalón. Comenzamos nuestro paseo por los pabellones del módulo 3. 
Efectivamente, estábamos en la cárcel de verdad. En todos los pisos la gente camina con sus estoques en las manos, se comunican con sus celulares, consumen drogas, discuten violentamente. Finalmente llegamos a la pieza del hermano Cristian. Viven 5 internos cristianos con él. Las piezas son un "departamento" de tres pisos, de 2,5 metros de ancho por casi 3 metros de alto. La de ellos está limpia, ordenada y con buen olor, a pesar de encontrarse al lado del baño. Fotos de la familia y corbatas son parte del entorno. Conversamos sobre lo complejo de vivir hacinados. Ellos lo ven como una oportunidad de convivir puliendo el carácter.
Luego, nos llevan al otro pabellón, ubicado en el otro extremo del tercer piso. En ese lugar vive el hermano Matías, el hermano Williams y otros tres más. También es un lugar ordenado y limpio. La vista de la ventana da hacia el patio del módulo 3. Allí nos cuentan que, cuando hay peleas, allanamientos o intervienen los piquetes de fuerzas especiales, ellos se encierran en las piezas a clamar a Dios para que los muertos sean los menos posibles. 
- "Acá la cosa es brígida mi hermano", me dice Matías. "Recuerdo un joven que era de este piso y bajó al patio para jugar a la pelota... cuando estaba en la cancha, vino un gentil y le puso una pura estocada en el corazón. Lo atravesó de lado a lado. Cuando sacó el estoque, cayó un pedazo de corazón al piso y la sangre salía como una motobomba."
- "En momento así uno percibe que está en la segunda cárcel más peligrosa del país", agrega Víctor.
Desde la cama del hermano Matías, pienso que efectivamente Dios es bueno al permitirme conocer toda esta cruda realidad. Soy bendecido de poder servir en este lugar.
Bajamos al patio. Los hermanos nos sorprenden nuevamente. Tenían todo listo. La mesa puesta, las ensaladas aliñadas. Era hora de comer. El hermano Felipe ora. Comemos, nos reímos, nos alegramos juntos, nos sacamos fotos. El cariño se siente en cada cosa preparada. La hora de apertura de las rejas está llegando.
Oramos juntos por Chile. Damos gracias por las autoridades, por Gendarmería y por los jueces en los tribunales. 
- "Gracias hermanos por este día. Por estas dos horas tras las rejas. Por este tiempo de compartir que es tan espiritual como el culto de cada día..." son las últimas palabras que dejamos a nuestros hermanos de Colina 2. Hermanos que, como lo he dicho anteriormente, son libres a pesar de estar momentáneamente tras las rejas. 



 

jueves, septiembre 14, 2017

"Lo quiero mucho siervito..."

No pensaba escribir hoy, pero acá estoy.
Hay 43,7 kilómetros entre mi casa y el C.C.P Colina 2. Generalmente logro llegar antes de las 09.30 hrs. Hoy no fue uno de esos días. Tampoco llegué exageradamente tarde. Estaba estacionando el auto de mi amigo Alexis a las 09.36. En el registro de la primera reja, el Gendarme anota mi hora de ingreso: 09.40 hrs. Diez minutos tarde. Y se notaron...
Sin ningún problema, llegué hasta la tercera reja (a pesar que había allanamiento en el módulo 4), que es donde nuestros "guardadores" nos esperan. Hoy, no había ninguno de ellos. Como no tengo mi teléfono celular, no puedo avisar que llegué; opté por caminar solo. 
- "Buenos días pastor", es lo que más escucho mientras camino hacia el módulo 3.
- "Buenos días. Dios le bendiga".
- "Pastor, ore por mi hijita que está enferma..." Cuando escucho esto, me detengo, miro al "gentil" a los ojos y le digo:
- "¿Cómo se llama?"
- "Emilita... lleva tres días en el hospital"
- "Oremos...", le digo tomando sus manos. Un tibio silencio se generó por los minutos que duró esa oración. Sus manos llenas de cicatrices me hablan de una vida dura, pero que frente a la angustia de la enfermedad de una hija, se ponen temblorosas, al igual que su voz.
- "Gracias siervo del Señor", me dice abrazándome. Le sonrío dándole unas palmadas en su cara, me doy media vuelta y sigo mi camino.
Cuando llegué al módulo 3, el Cabo Palavecino me saluda y me abre la quinta reja y camino solitariamente por los pasillos, entre literas, la basura y los escombros de los arreglos que están haciendo en los baños del primer piso del módulo. Cruzo el patio saludando a los "gentiles", hasta que mis hermanos me divisan y salen a mi encuentro.
- "Siervo Jano, ¡¿entró solo?!, me dicen con sorpresa.
- "No vi a nadie y me atreví a entrar. Disculpen si estuvo mal...", les dije.
- "No, para nada. Solamente que nos sorprende que haya llegado hasta acá"
La mayoría de nuestros hermanos tenían talleres hoy: carpintería, electricidad, albañilería. Antes de salir, se reúnen en círculo y oran los unos por los otros. Todos ellos van con gozo. El líder de alabanza, el hermano Cristian (otro distinto al líder del módulo), se me acerca y me pregunta al oído:
- "Siervo, ¿usted puede dirigir la alabanza hoy? Nuestro hermano Williams y nuestro siervo Cristian tienen taller y nadie más sabe tocar guitarra".
- "Yo puedo, pero no me sé el repertorio..."
- "No se preocupe. Lo que el Señor ponga en su corazón. Nosotros lo seguimos".
Antes de comenzar el culto, un tiempo de consejería con el hermano Williams.
Así terminé enseñando una canción y cantando un repertorio de antiguas canciones. También una que aprendí de ellos. Cuando llegó el momento de la pedicación, el coordinador me asigna también esa responsabilidad. Llevaba preparado el Salmo 19. 
Una vez terminado el culto, nos sentamos en círculo para matear. Tres mates calientes acompañaron nuestra conversación sobre los últimos años de la dictadura en La Legua y en la San Gregorio. En ese tiempo, niños y adolescentes jugando a tirar cadenas al tendido eléctrico. Conversamos y planeamos que cada miércoles haremos un culto más corto e invitaremos a los "gentiles" para orar por ellos, ya que hemos visto que es una necesidad latente. 
Llegó la hora de partir. Por algún motivo, nos llevan al módulo 6, pero a medio camino nos ordenan salir. Internos del módulo 4 están lanzando su comida al suelo desde el tercer piso. Protestan por el allanamiento. El hermano Luis es el comisionado para llevarnos hasta la tercera reja. Antes de cruzar la cuarta reja, uno de los hermanos del módulo 3 me abraza fuertemente y me dice:
- "Lo quiero mucho siervito Jano..."
Que te lo diga una persona que ha sido condenada por robo con intimidación y robo con violencia, hace que esas palabras valgan mucho más de lo que puedes imaginar. 
- "Yo también lo quiero mucho hermano... yo también"

lunes, septiembre 11, 2017

Cuenta la historia que en Colina...

El miércoles pasado, como todos los días de lunes a viernes, desperté a las 06.00
Debo ser sincero. No tenía ganas de ir a Colina 2. Ninguna. Pensé en mentir para no quedar mal con la gente. Pero no pude. Me levanté, sin ánimo, y me fui.
Llegando allá, Dios usó a mis hermanos de la "cana" para levantar mi ánimo, a pesar de mi mismo. Y es que la forma en que cantan, oran y entregan cariño, contagia.
Hoy lunes, fue diferente mi actitud. Me levanté con ánimo, con ganas de poder verlos y adorar juntos, abrazarlos y orar con y por ellos. "Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos..." fueron las palabras que mi amigo Daniel Kennison me invitó a tener en mente. Así que lleno de ánimo, partí.
La niebla cubría gran parte del camino a Colina. 3ºC marcaba el termómetro... y dentro del módulo 3 se sentían lo suficiente como para hacerte tiritar de frío.
- "Un matecito siervo", me dice el hermano Miguel.
- "Por favor", le respondo yo. No fue hasta después del tercer mate que entré en calor.
Percibo algunas necesidades puntuales, como un afinador de guitarra, un cable para guitarra eléctrica y cuerdas, tanto para guitarra eléctrica, como de nylon para guitarra acústica. Pero a pesar de las falencias técnicas, mis hermanos cantan como si no hubiese mañana. La primera en ser entonada hoy es una canción que aprendí allá:

"¿Quién vive, quién vive? ¡Cristo vive!
A su nombre, a su nombre, gloria para Él.
¡Maranata, Maranata, Cristo viene!
Diga el débil, diga el débil, ¡Fuerte soy!
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece..."
Probablemente no sea una canción con profundas reflexiones teológicas, pero es pura Palabra cantada.
Pero hay una canción que hoy me llamó poderosamente la atención. No recuerdo la melodía, pero relataba diversas historias de personajes de las Escrituras. Elías, Eliseo, Daniel, David, todos ellos mencionados como personas que alababan al Dios viviente (que dicho sea de paso es el nombre de la iglesia del módulo 3: "Iglesia del Dios viviente"). La última estrofa de la canción dice:

"Cuenta la historia 
que en Colina
se alaba al Dios viviente..."
Y ¿saben una cosa? La historia es verdad. Después de un poco más de un mes visitando a los hermanos de la "Iglesia del Dios viviente", puedo decir que efectivamente, en Colina 2, en el módulo 3, bajo el techo que se divisa detrás de las camas de los internos, se alaba el Dios viviente... con tanto fervor, que mi corazón es fortalecido; fortalecido para alabar al Dios viviente.

viernes, septiembre 01, 2017

Un día "normal"

Como cualquier día normal, entramos a las 9.30
Luego de haber pasado la primera y la segunda reja, llegamos hasta la tercera reja, donde un grupo de unos 20 reclusos estaban sentados uno detrás de otro. Algo así como en esta foto, pero estaban todos vestidos. Me recordó la película Carandirú. El motivo: estaban en medio de un procedimiento en el módulo 7.
- "¿Dónde van?", nos pregunta un sargento.
- "Al tres", responde Felipe.
Con la cabeza nos autoriza a entrar. Cuando pasamos el portal de la tercera reja, nadie nos esperaba al otro lado. Teníamos dos opciones: o esperábamos allí, exponiéndonos a que los Gendarmes nos manden de vuelta a la segunda reja, o caminar sin "protección" hasta nuestro módulo. Optamos por lo segundo. 
Cuando llegamos a la reja del módulo 3, tampoco estaban los hermanos encargados de nosotros. Felipe nos dice que mejor vayamos al módulo 6 y de allí busquemos entrar al 3. Cuando llegamos al 6, estaba cerrado y sin un Gendarme en la puerta, como en un día normal. Claro... en el 7 hay un procedimiento de allanamiento. Desde dentro del 6, el hermano Luis Piutriñ solicita a otro de los hermanos del módulo 6, que estaba haciendo tareas de limpieza, que nos lleve hasta el templo del 3. Cuando llegamos al templo "Iglesia del Dios viviente", los hermanos estaban tomando sol. Se sorprenden cuando nos ven llegar. Debo reconocer que algo extraño había en ellos. No supe qué, pero estaban, en un comienzo, idos, distantes, ajenos.
Rápidamente el hermano Cristian nos invita a servirnos mate. 
- "Siervo, un matecito antes de comenzar", nos dice, mientras da órdenes de que seamos atendidos con celeridad.
El culto comienza con una oración de rodillas, pidiendo a Dios por nuestras faltas. Me invitan a orar para levantar la oración. "Somos indignos de ti, pero nos has limpiado para invitarnos una y otra vez a celebrar culto a Ti, oh Señor", fueron las palabras que finalizaron mi oración. Luego, cantamos, como un día normal. 
- "Vamos a dar la oportunidad a nuestro siervo Jano, quien va a adorar al Señor con una canción", dice el coordinador del culto. Me pongo de pie, me cuelgo la guitarra y un hermano me sostiene el torpedo para no olvidar la letra de la canción. La canción escogida es "Tú no eres una religión" del repertorio de canciones de Iglesia UNO.

"Tú no eres una religión.Tú no esperas que yo haga algoa cambio de tu bendición.Tú no buscas en mi corazónmis pecados y mis erroresacusándome quién soy.
Para Ti, soy tu hijo amado al ser entregado mi corazónY a mí, tú me has colocado en Tu gloria, adorando por siempre.
Tú buscaste cómo estrecharla brecha que nos separabaa causa de nuestro pecar.Con sangre fuiste pronto a pagarla deuda que nos ahogabapor toda la eternidad.
Para Ti, soy tu hijo amado al ser entregado mi corazónY a mí, tú me has colocado en Tu gloria, adorando por siempre.
Tu misericordia y tu gracia me das.Por los siglos, Cristo eres Tú.Desde siempre y para siempre me amarás,y esperamos en tu fidelidad"
Cuando me voy a sentar en uno de los asientos de los coristas, el hermano Alberto, que estaba al lado mío, me dice "Gracias por recordarme que para Dios soy su hijo amado... no sabe cuánto me cuesta comprender que alguien haya hecho algo por mí..." Nuestro hermano que coordina dice maravillosas palabras: 
- "Hermano, Dios le bendiga. Vamos a pasar a la parte más importante de este servicio al Señor, como es escuchar Su Palabra. Disponga su corazón para recibir el alimento espiritual, dando tres gloria a Dios..."
- "¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios para siempre!", repetimos todos.
La predicación, Romanos 8.28-39 y el mensaje contundente que la salvación no se pierde, porque nada podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús.
Finalizamos el culto y nos vuelven a servir tostadas con margarina. Deliciosas. Y nos vamos entre mate y té, como un día normal.
Llegadas las 12.00 tenemos que salir raudamente. En la puerta, muchos internos y,
nuevamente, no hay Gendarme. Vuelvo a romper los "protocolos de seguridad" de nuestros hermanos evangélicos para poder abrazar y orar por un "gentil". Y es que de verdad es complejo en una cárcel donde sólo hay 2 Gendarmes por cada 200 reclusos.
Nos despedimos con un abrazo de nuestros hermanos custodios.
Salimos. Como un día normal. Aunque me cuesta decir "normal" en un lugar donde las riñas violentas se repiten dos o tres veces por semana y donde el año pasado dejó 40 muertos.
Sigamos orando por ellos.