
No cabe a un cristiano discriminar, despreciar, odiar, maltratar, humillar o apedrear a un homosexual o una lesbiana, en una sociedad donde hay muchos otras desviaciones, como la injusticia, la avaricia, el consumismo, la hipocresía, la idolatría, el odio, la venganza, la arrogancia, la frivolidad y así suma y sigue. Cabe al cristiano convivir con todas esas personas con temor y temblor, sin espíritu de superioridad, reprovando todas estas cosas con sus obras y no con sus palabras.
La enseñanza del apóstol Pablo tiene un valor inmenso si el contexto fuese considerado. No hay concesión alguna para el libertinaje sexual. En el mismo capítulo, el apóstol se opuso enérgicamente a la presencia de cierto individuo de la comunidad cristiana de Corinto que estaba teniendo relaciones con la esposa de su padre (muerto o no), probablemente su madrastra.Esta persona debía ser apartado por un tiempo de los privilegios de la comunidad, hasta que su naturaleza carnal evidenciara la nueva naturaleza (1ª de Corintios 5:1-5). En el capítulo siguiente, Pablo recuerda que entre los miembros fundadores de la comunidad cristiana había ex-homosexuales activos y ex-homosexuales pasivos, así como también muchos otros ex-esto o ex-aquello (1ª de Corintios 6:9-11)
En la comunidad, el criterio sería uno; en la sociedad, sería otro. No se puede exigir que el "no cristiano" se comporte como el "cristiano", pero sí es lícito exigir a un "cristiano" que se comporte como "cristiano".
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(Tomado del blog de Sandro Baggio)
Por Elben M. Lenz César, Director-fundador de la Editora Ultimato y Redactor de la revista Ultimato donde el texto fue publicado originalmente.