miércoles, noviembre 09, 2011

Una aproximación al pluralismo intolerante

Encono. Esa es la palabra que resume la actitud tanto de grupos tradicionalistas como de los otros progresistas que se han venido enfrentando por el tema de la ley antidiscriminación aprobada ayer por el senado. Pero ambos extremos movidos desde un profundo moralismo (tradicional o alternativo), que busca pisotear al otro para validar su postura.
A la luz de la Escritura, veo que todo tipo de lucha por imponer una moralidad, tanto tradicional como alternativa, está necesariamente movida por el afán de un corazón que quiere vivir independiente de Dios (Marcos 12.13-34). No hace falta demostrar que quienes no creen en Dios quieren ser independientes de él. Eso es un hecho. Pero lo que me preocupa es quienes, diciéndose cristianos, practican una imposición moral movida por la independencia de Dios. ¿Cómo así?
Jesús lo dejó claro con la parábola del hijo pródigo. El menor representa a quienes no quieren dejarse guiar por los decretos, normas y leyes de Dios. La historia ustedes la conocen. Pero el hijo mayor representa a quienes han decidido tomar las leyes, decretos y normas divinos, cumplirlos al pie de la letra, pero por el sólo hecho de recibir la recompensa por cumplir, pero siempre alejados del deseo del corazón del Padre. O sea, viven moralmente correctos, pero tan alejados del Padre como el hijo menor. Porque esa parábola está dirigida principalmente a los hijos mayores.
El anhelo de Dios Padre es que el evangelio sea predicado, tanto para salvación como para condenación, y no que impongamos nuestras normas morales. El evangelio es suficiente para dar a conocer a Dios. El libro de Hechos 2.42-47 nos relata cómo los cristianos vivían el Evangelio, las personas admiraban el Evangelio queriendo ser como los cristianos y el Espíritu Santo iba añadiendo a la iglesia a quienes eran salvos. No hay luchas sociales ni políticas por imponer la moralidad cristiana, sino que se vive para ser testigo y luz en medio de la oscuridad espiritual. Y el trabajo de traer a la luz a las personas no es nuestro, sino de Dios. Insisto que nuestra tarea es vivir santamente (porque Dios es santo) y predicar el evangelio, pero quien llama de las tinieblas a su luz admirable es Dios. Fue Él quien, por medio del sacrificio de Cristo, pagó nuestra deuda de independencia de Dios heredada de Adán. Eso es lo que nos dice, a grandes razgos, el relato bíblico. Eso es lo que nos debería mover: el principio escritural de que todo fue perfectamente creado por Dios, que todo cayó en un estado de pecado y separación y que debe ser redimido en Jesucristo. Quien no crea esto, no ha comprendido la Escritura. Las cartas de los apóstoles están llenas de la explicación de todo esto, para quien quiera leerlo. El libro de Romanos está completamente dedicado a esto.
Pero para poder conversar el tema con quienes no han querido reconocer la Escritura como la Palabra de Dios, es necesario que busquemos una base común. No podemos negarnos al diálogo para poder convivir sanamente y, si aplicamos los principios escriturales, lograr vivir en armonía: santos viviendo en armonía en una sociedad impía (leer en Jeremías el llamado de Dios a su pueblo de cómo debía vivir en Babilonia). ¿Es eso posible? Absolutamente. Es el anhelo de Cristo cuando ora al Padre en Getsemaní, según el relato de Juan. No es en vano que Cristo clame a Dios que "no los quites del mundo, sino que guárdalos del maligno".
Pensando en esto, les comparto estas doce tesis, tomadas del pastor Gilherme de Carvalho (de L'abri Brasil) que buscan ubicar las bases del diálogo con los grupos GLBTT sobre todos estos temas. Aprovecho el espacio para que se informen de L'abri y Francis Schaeffer.
Les invito a leer estas tesis.

DOCE TESIS SOBRE EL PLURALISMO SOCIAL

(Guilherme de Carvalho - L'Abri Brasil)

(1) Los cristianos también pueden estar a favor del pluralismo. Chilenos de todas las creencias, clases y orientaciones morales concordamos en rechazar el Estado totalitario, así como la religión totalitaria. También nosotros concordamos con el movimiento GLBTT en que es necesario promover una sociedad pluralista. De hecho, la propia narrativa cristiana de “creación-caída-redención” da sentido a la diversidad como resultado de la voluntad divina sobre las elecciones humanas.

(2) Los cristianos son críticos del pluralismo individualista. No existe una visión única sobre el pluralismo social. Hay quienes piensan, por ejemplo, que en una sociedad pluralista todos están obligados a ser pluralistas e individualistas, en el sentido liberal, siendo deber del Estado promover esa condición. Ese tipo de pluralismo atomizador oriundo de la política liberal americana es intolerante, pues ignora la existencia de otras instancias de experiencia comunitaria entre el Estado y el individuo. Los cristianos entienden que la tentativa de reorganizar toda la sociedad por medio de la ficción útil del “contrato social” entre individuos presuntamente “autónomos”, en lugar de restringir el contractualismo de su propio ámbito que es el campo de la justicia pública, es un grosero error de la modernidad. Instituciones sociales naturales o no, anteriores al Estado moderno, nada deben a él y no pueden ser disueltos en nombre de la voluntad de los individuos que se unen en un contrato político. La tarea del Estado, en cuanto pluralismo, se restringe a preservar el libre tránsito de los individuos entre grupos e instituciones divergentes entre sí.

(3) Los cristianos tienen una visión realista sobre el pluralismo. En una perspectiva cristiana, la diversidad es un valor ambiguo. La diversidad puede ser tanto buena como mala. En el mundo de los hombres, la diversidad aparece tanto como resultado de la individualidad y de diferencias culturales (el lado positivo), así también como resultado de fallas humanas (el lado negativo). Pues hay divergencias que son fruto de nuestros preconceptos, errores de interpretación y fallas morales. Como diferentes grupos sociales tienen diferentes visiones sobre cuál divergencia es normal y cuál es anormal, no es plausible discutir “pluralismo” sin incluir en la discusión esas divergencias, y sin reconocer que el desacuerdo no puede ser “corregido” por medio de leyes. Todo pluralismo que intente eliminar el desacuerdo por medio de leyes es totalitario.

(4) En el mundo hay diferentes fes o “creencias morales”. Una fe moral o creencia es una visión sobre quién es el Hombre, cuál es su papel en el mundo y qué es verdadero y errado para esta fe. Diferentes religiones contienen diferentes creencias morales. Pero no son sólo las religiones que sustentan creencias morales. Las ideologías “seculares” como el socialismo, el capitalismo, el liberalismo y el positivismo sociológico también son creencias morales. El movimiento GLBTT también tiene una fe moral, con su propia visión sobre la inexistencia de “normal” y “anormal”. Esa cultura no se constituye sobre la base de un hecho científico ni es una verdad lógicamente necesaria. Es una fe, un proyecto compartido, una creencia moral.

(5) Creencias morales integran la identidad de las personas. Como involucran al ser humano, sus visiones de correcto e incorrecto y sus perspectivas sobre la naturaleza de “bien”, esas creencias naturalmente comprometen profundamente la existencia de los que la sustentan. El individuo no “escoge” arbitrariamente su creencia moral, ni la produce en condiciones normales, por medio de riguroso razonamiento científico o filosófico. Las creencias morales surgen naturalmente como fruto del contexto, de experiencias personales y de la estructura psíquica de cada uno, siendo siempre elaborada a posteriori. Y se tornan parte de la identidad de grupos humanos. Por eso la creencia moral es un área extremamente sensible y existencialmente cargada.

(6) Creencias morales se expresan en formas institucionales de manera diferenciada. Una fe moral nunca es algo que exista apenas en la mente de alguien. Ella existe en su vivencia total, afectando directamente sus relaciones sociales. Si un grupo comparte una creencia moral, es natural que esta moldee sus instituciones. En el caso de algunas instituciones, como la empresa privada o el órgano público, la creencia moral es apenas uno de sus aspectos y no su centro definidor. Pero en el caso de otras, de entre las cuales podríamos citar la familia, la comunidad religiosa, las instituciones educacionales, las asociaciones y fundaciones sin fines de lucro y destinadas al servicio social, y los partidos políticos, la creencia moral reside en su propio núcleo y determina la identidad de la institución. Esas instituciones no pueden existir sin alimentarse de una u otra fe moral específica. En ese sentido, cada una de esas instituciones tiene carácter “confesional” o de “credo”.

(7) Todos tienen el derecho de sustentar y compartir creencias morales. Los homosexuales y otros GLBTT deben tener el derecho, no sólo de existir y expresar su afectividad, sino también el derecho de defender públicamente su creencia moral. Pero en una sociedad verdaderamente pluralista, es necesario preservar el derecho de otras comunidades a que articulen y preserven sus creencias morales, independiente de la opinión de la mayoría. Es correcto tener leyes para proteger al movimiento GLBTT con sus creencias morales, pero es equivocado hacerlo de tal manera que otras comunidades sean impedidas de mantener sus creencias morales. La democracia no debe degenerarse a nivel de una “tiranía de la mayoría”.

(8) Tener el derecho a una creencia moral es tener derecho a mantener instituciones basadas en esa creencia moral. Algunos proponen que el derecho de promover la heteronormatividad y el desalentar la práctica homosexual sea limitado al culto en las iglesias que así lo deseen. Esta sugerencia es correcta, pero es incompleta, porque las “iglesias” no son las únicas instituciones que tienen raíces confesionales. Sería admisible eliminar el concepto de heteronormatividad en instituciones y actividades en las cuales la creencia moral es un aspecto más bien secundario o en instituciones en las cuales la creencia moral GLBTT es aceptada como principio. Pero en instituciones en las cuales la creencia moral constituye su elemento fundamental y definidor, como la familia, la comunidad religiosa, las asociaciones asistenciales, y todas las instituciones y actividades que tienen carácter “confesional” o de credo, deben tener el derecho de operar libremente, según su creencia moral, sin ningún tipo de interferencia o juzgamiento Estatal.

(9) Suprimir creencias morales puede ser mera violencia cultural. Si el Estado es invocado para privilegiar un grupo con sus creencias morales, y suprimir las creencias morales de otro grupo, tenemos un caso de violencia cultural perpetrada por el Estado. Las creencias morales son muy sensibles, pues están ligadas a la identidad personal, grupal e institucional. Forzar el cambio en cualquiera de esos niveles, aún con apoyo de la mayoría, es crear tensión social y violar la conciencia y la identidad humana. Las instituciones en que el Estado estaría autorizando a desalentar una creencia moral o instituciones que la sustentan serían: a) el surgimiento de una creencia que, por medio de la coerción física, psicológica o moral, destruyese la capacidad de sus miembros de examinarla racionalmente y abandonarla libremente; b) el surgimiento de una creencia que promoviese la violencia y la supresión de la libertad de otras creencias morales con sus instituciones correspondientes, amenazando con eso el propio principio pluralista. La tarea del Estado respecto del pluralismo se restringe a la preservación de la pluralidad de creencias e instituciones y del libre tránsito de los individuos entre esas creencias e instituciones. Cualquier ampliación de esa tarea implica violencia cultural y el quiebre del Estado laico.

(10) Pluralismo verdadero es convivir con pluralidad de creencias morales. La definición de pluralismo como “todos concordando en no diferenciar entre normal y anormal” genera violencia, porque excluye todas las creencias morales que no comparten de una forma relativista de creencia moral ligada a la cultura GLBTT. Esa definición es ingenua e irreal, porque no percibe que la divergencia de creencias morales es incorregible e independiente de la voluntad humana. Es también una expresión de violencia cultural, porque desalienta la diversidad de creencia moral e interfiere en el libre tránsito entre las creencias morales. Un mejor pluralismo sería reconocer que “todos concordamos en discordar sobre lo que es normal y anormal”. Sólo en este caso tendríamos un pluralismo humano y realista, honesto y no utópico.

(11) Una sociedad pluralista necesita incluir espacios no pluralistas y no solamente mentes no pluralistas. Cada creencia moral se expresa dentro de una comunidad moral que comparte esa creencia. Dentro del movimiento GLBTT, por ejemplo, la heteronormatividad es una creencia sin sentido. De la misma forma, en comunidades cristianas clásicas, la heteronormatividad es un punto consensual. Para ser genuinamente pluralista la sociedad necesita permitir espacios de disenso, dentro de los cuales las reglas son diferentes, a pesar que los individuos sean libres para transitar entre ellos. Un pluralismo plausible propone una pluralidad de creencias morales incorporadas en una pluralidad de instituciones confesionales.

(12) Una sociedad verdaderamente pluralista debe autorizar el pluralismo confesional para todas las instituciones que tienen raíces confesionales. Toda institución trae en sí elementos de una fe moral. Instituciones públicas pueden comprometerse con una u otra fe específica, dependiendo del momento histórico. Igualmente, instituciones que no son fundadas en una fe moral no dependen para su existencia de una fe moral específica. Pero todas las instituciones que se muestran intrínsecamente dependientes de una creencia moral compartida por sus miembros debe tener el derecho de mantener esa creencia, aún cuando esa creencia sea indeseada por parte o por la mayoría de la sociedad, y el Estado no debe ni promover ni discriminar tales instituciones en absoluto. Familias, instituciones educacionales desde el nivel básico hasta el nivel superior, asociaciones, fundaciones asistenciales, partidos políticos, comunidades y grupos religiosos, y todas las instituciones e iniciativas demostrablemente confesionales deben tener su derecho confesional preservado, independientemente del origen de su fe moral (sea “religiosa” o “secular”), siendo la promoción gubernamental de pluralismo restricta a espacios no confesionales y a las relaciones interconfesionales.