martes, junio 05, 2018

Confrontar ¿es falta de amor?


Se tornó común entre los evangélicos acusar de falta de amor a otros evangélicos que toman posiciones firmes en asuntos éticos, doctrinarios y prácticos. 
La discusión, la confrontación y la exposición de las posiciones de otros son consideradas como faltas de amor. 
Es posible que al calor de una argumentación, durante un debate, salieron palabras que podrían haber sido dichas o escritas de otra forma. La sabiduría reside en conocer "el tiempo y el modo" de decir las cosas (Eclesiastés 8:5). Todos nosotros ya experimentamos la frustración de descubrir que no siempre logramos decir las cosas de la mejor manera. 
Sin embargo, no puedo aceptar que sea falta de amor confrontar hermanos que entendemos no están andando en la verdad, así como Pablo confrontó a Pedro cuando este dejó de andar de acuerdo a la verdad del Evangelio (Gálatas 2.11). Muchos dirán que esa actitud es arrogante y que nadie es dueño de la verdad. Otros, sin embargo, entenderán que es parte del llamado bíblico examinar todas las cosas, retener lo que es bueno y rechazar lo que es falso, errado e injusto. 
Considerar como falta de amor el discordar de los errores de alguien es desconocer la naturaleza del amor bíblico. Amor y verdad andan juntos. Oseas reclamó que no había ni amor ni verdad en los habitantes de la tierra en su época (Oseas 4.1). Pablo pidió que los efesios siguieran la verdad y en amor (Efesios 4.15) y a los tesalonisences denunció los que no recibían el amor de la verdad para ser salvos (2ª Tesalonicenses 2.10).  Pedro afirma que la obediencia a la verdad purifica el alma y conduce al amor no fingido (1ª Pedro 1.22). Juan desea que la verdad y el amor del Padre estén con sus lectores (2ª Juan 3). Querer que la verdad predomine y luchar por eso no puede ser confundido con falta de amor para con los que enseñan el error.
Apelar al amor siempre encuentra eco en el corazón de los evangélicos, pero hablar de amor no es garantía de espiritualidad y de verdad. Hay quienes se jactan de amar y que no llevan una vida recta delante de Dios. El profeta Ezequiel enfrentó un grupo de ellos: “…oyen palabras de amor, pero no las ponen en práctica” (Ezequiel 33.32). Lo que ocurre es que a veces el énfasis del amor es simplemente una capa para cubrir una conducta inmoral o irregular delante de Dios. Pablo criticó eso en los creyentes de Corinto, que se jactaban de ser una iglesia espiritual, amorosa, al tiempo que toleraban inmoralidades en su medio:
“¡Y de esto se sienten orgullosos! ¿No debieran, más bien, haber lamentado lo sucedido y expulsado de entre ustedes al que hizo tal cosa?... Hacen mal en jactarse. ¿No se dan cuenta de que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?” (1ª Corintios 5.2, 6)
Se trataba de un joven que era parte de la iglesia y que tenía relaciones sexuales con su madrastra. El discurso de las iglesias que hoy toleran todo tipo de conducta irregular en sus miembros es exactamente ese, de que son iglesias amorosas que no condenan ni excluyen a nadie.
Nadie en la Biblia habló más de amor que el Apóstol Juan, conocido por ese motivo como el “Apóstol del amor”. Él dijo que amaba a los creyentes “en la verdad” (2ª Juan 1; 3ª Juan 1); esto es porque ellos andaban en verdad. “Verdad” en las cartas de Juan tienen un componente teológico y doctrinario. Es el Evangelio en su plenitud. Juan ama a sus lectores porque ellos, junto al Apóstol, conocieron la verdad y andan en ella. La verdad es la base del verdadero amor cristiano. Nosotros amamos a nuestros hermanos porque profesamos la misma verdad sobre Dios y Cristo. Sin embargo, he aquí lo que el Apóstol del amor dijo contra maestros y líderes evangélicos que se habían desviado del camino de la verdad:
“Aunque salieron de entre nosotros, en realidad no eran de los nuestros; si lo hubieran sido, se habrían quedado con nosotros. Su salida sirvió para comprobar que ninguno de ellos era de los nuestros”. (1ª Juan 2.19)
“¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”. (1ª Juan 2.22)
“El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha estado pecando desde el principio. El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo”. (1ª Juan 3.8)
“Así distinguimos entre los hijos de Dios y los hijos del diablo: el que no practica la justicia no es hijo de Dios; ni tampoco lo es el que no ama a su hermano”. (1ª Juan 3.10)
“…todo profeta que no reconoce a Jesús no es de Dios, sino del anticristo” (1ª Juan 4.3)
“Cuídense de no echar a perder el fruto de nuestro trabajo; procuren más bien recibir la recompensa completa. Todo el que se descarría y no permanece en la enseñanza de Cristo no tiene a Dios; el que permanece en la enseñanza sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguien los visita y no lleva esta enseñanza, no lo reciban en casa ni le den la bienvenida…” (2ª Juan 8-10)
¿Podríamos acusar a Juan de falta de amor por la firmeza con que resiste el error teológico?
El amor que exigen los evangélicos sentimentalistas termina tornándose la postura de quien no tiene convicciones. El amor bíblico disciplina, corrige, reprende, dice la verdad. Y cuando se enfrenta al arrepentimiento y la contrición, perdona, olvida, tolera, soporta. El Señor Jesús, al perdonar a la mujer adúltera, agregó al perdón “anda y no peques más”. El amor perdona, pero exige rectitud. El Señor pidió al Padre que perdone a sus atormentadores, que no sabían lo que hacían; sin embargo, durante toda la semana anterior a su martirio, no dejó de censurarlos, llamándolos de hipócritas, raza de víboras e hijos del infierno. Esa separación entre amor y verdad hecha por algunos evangélicos torna el amor en un mero sentimentalismo vacío.
Por lo tanto, el amor cobrado por quienes se ofenden con la defensa de la sana doctrina, la exhibición del error y la confrontación de la no verdad, no es amor bíblico. La falta de amor con las personas sería dejarlas que continúen siendo engañadas sin siquiera intentar mostrar el otro lado del asunto.

Por Augustus Nicodemus