lunes, noviembre 20, 2017

Entre abrazos y escupitajos.

La semana pasada fui prisionero de reuniones y otros quehaceres. Eso me impidió sentarme a escribir lo ocurrido en la primera entrada después de un receso menor involuntario. Entonces pensé en poder escribir todo junto hoy. Y creo que fue una buena decisión, ya que fueron visitas bastante opuestas, pero con un trasfondo único y permanente: que el evangelio de la gracia brille en los rincones más oscuros de la sociedad.
Y digo 'visitas opuestas' porque el lunes pasado el recibimiento fue emotivo. Creo que no había recibido abrazos tan apretados ni efusivos fuera de los abrazos de año nuevo. Abrazos cariñosos, llenos de afecto, acompañados de constantes "lo echábamos de menos...". Yo solamente atinaba a decir "Yo también los echaba de menos". Y ciertamente que fue así. No respondí por ser políticamente correcto, sino que verdaderamente los extrañaba. Como siempre, cantamos, oramos, me invitaron a predicar, tomamos mate, comimos tostadas con palta, nos reímos, volvimos a abrazarnos y nos despedimos.
- "Siervo Jano... si tuviese una Biblia que le sobre, le agradecería mucho si me la pudiera traer", me dice el hermano Matías.
- "No me va a creer hermano Matías, pero justamente ayer domingo, un hermano de la libertad me regaló una y me dijo que era para cualquier hermano de Colina que pudiera necesitarla", le respondí.
- "¡Ese es mi Señor! Aún no está la palabra en mi boca y Él ya conoce toda mi necesidad!", me contestó. Sinceramente estos hermanos me enseñan una y otra vez sobre dependencia de Dios.
Pero este lunes, el hermano Luis, mano derecha del capellán, me pidió ir al módulo 7. Lamentablemente la iglesia que tiene asignado el módulo 7 ha sido inconstante. Por la gracia de Dios, el hermano Felipe y yo hemos sido los más constantes de todos los módulos. Y también lamentablemente la gente de la Iglesia Universal del Reino de Dios (conocida en Chile como "Pare de sufrir"). Digo lamentablemente, porque son una agrupación de cuestionables prácticas cristianas. En fin. Tenía pocas (y malas) referencias del módulo 7: básicamente constantes peleas, muertes y narcotráfico dentro del penal.
- "Vamos siervo", me dice el hermano Fernando, sub líder del módulo 7. Cuando llegamos, el funcionario no estaba para abrirnos la reja. 
- "Oe...", grita un 'gentil' desde adentro del módulo 7; "llámate al paco culiao... perkin tiene que estar aquí poh, que quiero salir poh...", sigue gritando.
- "Ya le dije ya poh, y dijo que te esperís no más poh, ¿y qué güeá?", le replica uno que estaba al lado de nosotros.
El clima estaba tenso. Se oían gritos, muchos garabatos y golpes en los barrotes. El hermano Fernando me advierte que no iba a estar fácil. Justo antes de entrar, y porque el funcionario de Gendarmería ordenó que antes de salir los internos, debían dejarnos entrar, uno de ellos me lanzó un escupo en la cara. Rápidamente me cubrí para que el hermano Fernando no viera que me habían escupido, para no generar más tensión de la que ya había en ese momento. Me limpié con la mano, la sacudí contra el suelo y me sequé la mano en la camisa. Entramos cruzando el patio hasta el fondo, ya que el templo del módulo 7 está en ese lugar.
- "Este módulo es complicado porque es el módulo más cercano a la calle, entonces desde afuera tiran pa'dentro pelotas de tenis con droga; por ello, este módulo es pelúo porque los gentiles y los pacos compran droga acá", agrega el hermano Fernando.
Entramos, cantamos, oramos, me permiten predicar la Palabra de Dios. Mientras predicaba, me hacían señas desde la puerta; señas del tipo "¡corte!". Acelero mi predicación, termino y bajo del púlpito, donde me esperaba uno de los hermanos del módulo 7.
- "Vámonos rápido siervo... se están agarrando en el tercer piso, con cuchilla, así que van a entrar los pacos...", me explica el hermano.
- "Vamos entonces", fue lo único que atiné a responder.
Llegamos rápidamente a la quietud y tranquilidad del módulo 6. Me quedé pensando en los hermanos del módulo 7 y en la pelea, sobre la cual rogué a Dios que nadie muera.
Mientras esperábamos que nos fueran a buscar para salir, las mismas palabras que había predicado, resonaban en mi mente por causa de lo devastadoras que son las peleas con muertes dentro de la cárcel: "...pero como el Roble y la Encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa".
Al final del día, entre insultos y peleas, entre abrazos y escupitajos (porque entre ellos se escupen permanentemente), el Señor sigue y seguirá sentado en su trono alto y sublime, y sus faldas llenan a cada "templo" de su Espíritu, quienes siguen alzando su voz a Dios en medio de la cárcel diciendo: "Heme aquí, envíame a mí".

viernes, noviembre 17, 2017

"Un lugar para dejar de tener pesadillas y pasar a tener sueños"

 Durante al menos cuatro años, muchas personas han alzado sus voces [vía redes sociales] para poder criticar las irregularidades que (por AÑOS) han ocurrido en el Sename: desde los abusos sexuales, medicación descontrolada y muertes en los centros de protección. Lamentablemente las críticas no se traducen en acciones concretas. Y muchas veces no es por simple desidia, sino por desconocimiento de las oportunidades para poder contribuir en mejorar las condiciones de vida de niños y jóvenes que, por diversos motivos, tienen que pasar por el Sename.
Dios nos regaló la oportunidad de conocer el trabajo de Casa Esperanza - House of Hope. Daniel Trujillo visitó la iglesia donde somos miembros y nos contó qué era y el trabajo que realiza Casa Esperanza. Si entran al enlace, podrán conocer el trabajo del Centro Comunitario, Residencia y Redes Comunitarias. Y no es menor el trabajo que se hace, ya que en la Residencia las chicas encuentran (por fin) un lugar seguro para vivir, continuar con sus estudios, sanar el alma y encontrar paz. 
Pero quiero hablar de la instancia donde, junto a mi familia, Dios nos ha permitido trabajar: el Centro Comunitario. En este espacio, hay niños de distintos hogares de protección (colaboradores de Sename), que asisten regularmente para tomar talleres de deportes, música (guitarra, batería, bajo, teclado y canto), manualidades, junto con clases de inglés y matemática. A mí, en particular, me tocó ayudar a organizar una bodega. Ese sábado, como ocurre cada sábado, comimos con todos los niños un almuerzo preparado por una amiga, mi esposa y algunas niñas de estos hogares colaboradores del Sename. En esa oportunidad fue la primera vez que vi un acto tremendo: llegó un niño sudado de tanto jugar, le pidió jugo a Daniel, quien le sirvió en un vaso. Luego de tragar el jugo, se secó la boca con la manga del polerón, abrazó a Daniel y le dijo: 
- "Te quiero mucho tío", dijo el niño.
- "Yo también te quiero... sé obediente", respondió Daniel, en un abrazo como el que un padre le da a un hijo.  
En la tarde, también pude realizar un taller de capacitación en Misiones Urbanas orientado a los voluntarios; taller que realizamos en dos oportunidades.
Pero también hay otra instancia de trabajo. Tiene que ver con lo espiritual. Y lo interesante es que nació en la relación que genera el Centro Comunitario y Redes Comunitarias con los vecinos, quienes comenzaron a ir al culto de los miércoles: Comunidad Esperanza. Lectura bíblica, cántico, oración, reflexión bíblica. No son muchos minutos los que se tienen para predicar la Palabra de Dios, pero es intenso. La última vez que pude predicar en el culto, hablé de que podemos tener confianza en Dios, porque nos ama tanto que lleva un conteo de nuestras lágrimas (Salmo 56). Algunas de las chicas se acercaron para poder preguntar la cita bíblica, ya que querían subrayarla. 
Para nosotros como familia ha significado mucho. Nos ha acercado al problema de los "niños Sename", pero por sobre todo nos ha acercado a la posibilidad de ser parte de los cambios que se requieren para dar igualdad de oportunidades y condiciones, las que van de la mano con la predicación del Evangelio, al mismo tiempo que cariño y afecto.
Si hay algo que he aprendido en todo este tiempo, es que mi fe puede hacerse tangible gracias al trabajo que realiza Casa Esperanza. En palabras de una de las chicas que tiene el beneficio de residencia: "Un lugar donde puedo dejar de tener pesadillas y pasar a tener sueños".

Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana no tiene con qué vestirse y carece del alimento diario, y uno de ustedes le dice: «Que le vaya bien; abríguese y coma hasta saciarse», pero no le da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta. (Santiago 2.14-17)