
Pero quiero hablar de la instancia donde, junto a mi familia, Dios nos ha permitido trabajar: el Centro Comunitario. En este espacio, hay niños de distintos hogares de protección (colaboradores de Sename), que asisten regularmente para tomar talleres de deportes, música (guitarra, batería, bajo, teclado y canto), manualidades, junto con clases de inglés y matemática. A mí, en particular, me tocó ayudar a organizar una bodega. Ese sábado, como ocurre cada sábado, comimos con todos los niños un almuerzo preparado por una amiga, mi esposa y algunas niñas de estos hogares colaboradores del Sename. En esa oportunidad fue la primera vez que vi un acto tremendo: llegó un niño sudado de tanto jugar, le pidió jugo a Daniel, quien le sirvió en un vaso. Luego de tragar el jugo, se secó la boca con la manga del polerón, abrazó a Daniel y le dijo:
- "Te quiero mucho tío", dijo el niño.
- "Yo también te quiero... sé obediente", respondió Daniel, en un abrazo como el que un padre le da a un hijo.
En la tarde, también pude realizar un taller de capacitación en Misiones Urbanas orientado a los voluntarios; taller que realizamos en dos oportunidades.

Para nosotros como familia ha significado mucho. Nos ha acercado al problema de los "niños Sename", pero por sobre todo nos ha acercado a la posibilidad de ser parte de los cambios que se requieren para dar igualdad de oportunidades y condiciones, las que van de la mano con la predicación del Evangelio, al mismo tiempo que cariño y afecto.
Si hay algo que he aprendido en todo este tiempo, es que mi fe puede hacerse tangible gracias al trabajo que realiza Casa Esperanza. En palabras de una de las chicas que tiene el beneficio de residencia: "Un lugar donde puedo dejar de tener pesadillas y pasar a tener sueños".
Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana no tiene con qué vestirse y carece del alimento diario, y uno de ustedes le dice: «Que le vaya bien; abríguese y coma hasta saciarse», pero no le da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta. (Santiago 2.14-17)
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