miércoles, marzo 30, 2011

Te quiero conmigo...

Si muero antes que tú, hazme un favor:

Llora cuanto quieras, pero no culpes a Dios por haberme llevado. Si no quieres llorar, no llores. Si no consigues llorar, no te preocupes. Si te dan ganas de reír, ríe. Si algunos amigos cuentas cosas sobre mí, escúchalos y comparte tus experiencias conmigo. Si me elogian mucho, corrige la exageración. Si me critican mucho, defiéndeme. Si me quieren hacer ver como un santo sólo porque morí, demuestra que tenía algo de santo, pero que estaba lejos de ser el santo que pintan. Si me quieren mostrar como un demonio, demuestra que sí tenía algo de demonio, pero que intenté toda mi vida ser un buen amigo. Si hablan más de mí que de Jesús, repréndeles. Si sientes nostalgia de mí y tienes ganas de hablar conmigo, habla con Jesús que de seguro te escuchará. Espero estar con Él. Si te dan ganas de escribir alguna cosa sobre mí, escribe apenas: "Fue mi amigo, creyó en mí y siempre quiso que yo estuviera más cerca de Dios". Ahí si quieres suelta un lagrimón, total yo no estaré para verte llorar. Pero habrá otros que sí lo harán. Y como tengo la seguridad que otros tomarán mi lugar de buen amigo, me voy feliz a realizar mi nueva tarea en el cielo. Pero prométeme que, aunque sea de vez en cuando, acudirás a Dios. Tú no me podrás ver, pero yo me voy a sentir muy feliz de saber que buscas de Dios. Espero que mi muerte te acerque finalmente a Él para que, cuando llegue tu hora de partir al encuentro del Padre, vamos a poder vivir eternamente la amistad que Él nos preparó en vida.

De verdad quiero que ambos podamos vivir nuestras vidas sabiendo que vamos a morir un día, pero que sólo dormiremos por un tiempo para volver a vivir nuestra amistad. Mi único anhelo es que nuestra amistad te acerque al cielo y que este texto... este texto sea definitivamente el comienzo de aquello.

No te voy a extrañar en el cielo. ¿Sabes por qué? Porque eres mi amigo y lucharé hasta verte allá arriba.

(M)

viernes, marzo 25, 2011

El triunfo de la misericordia

"...la misericordia triunfa sobre el juicio" – Santiago 2:13

A veces pienso que somos más propicios para el juicio que para la misericordia. Incluso cuando otro hace algo que me afecta somos dados al juicio y no movidos a misericordia. El dedo acusador es mucho más usado que los brazos abiertos para acoger y perdonarnos. Nos gusta dominar, juzgar, acusar y actuar con prejuicio cuando es el juicio lo que rige nuestro corazón, aún cuando nuestra vida es asegurada de la muerte mediante la misericordia de Dios.

El autor Paulo Bravo, comentando sobre el juicio v/s la misericordia escribió "Lo que hay en Jesús es esencialmente una crítica incisiva a todo tipo de dominación, aún hecha en el nombre de Dios. Y el juicio es dominación que amenaza el convivir y todo estado de las cosas"

Cuando me enjuician por a, b o c motivo, nos quedamos mirando tanto tiempo el ombligo que somos igualmente de enjuiciadores como quienes nos enjuiciaron a nosotros. Y lo he vivido tantas veces que me atrevo a escribirlo.

Dios se alegra cuando nuestras actitudes son más cargadas a la misericordia. Dejemos el juicio al único justo.

¡Paz y alegria!

jueves, marzo 24, 2011

Pasos

Muchas personas buscan mecanismos de cambio y no lo consiguen. Adelgazar, dormir más temprano, desenchufarse un poco de celulares y laptops, de la TV y tantas otras cosas. Comienzan, pero se frustran a medio camino.

Sabemos que necesitamos cambiar, ya que algunos cambios traen bienestar, reaniman, invaden el alma de descanso y tranquilidad. ¿Has buscado dar pasos que te direccionen a un nuevo ritmo de vida? ¿Has estado inquieto con el rumbo de tu vida?

Me gustaría darte unos pequeños consejos que he aplicado en mi día a día:
  • No intentes dar grandes pasos. Da pasos pequeños.
  • Escribe lo que quieres hacer, porque siempre se olvida.
  • Se específico.
  • Busca alguien a quien rendirle cuentas de tu vida.
  • Ten momentos de silencio.
Paz y mucha alegría.

Texto original de Luciano “Manga”

miércoles, marzo 09, 2011

Renuncia...


Renuncia. Otra palabra que va perdiendo su significado a lo largo del tiempo.

Siempre que escuchaba esa palabra, mi mente, automáticamente, la relacionaba con algo noble. O sea, alguien que poseía un inmenso derecho, abre su mano a favor de otra persona. Mas o menos como una madre que renuncia a su tiempo y sus noches a favor de un hijo, o un abuelo que renuncia a su jubilación para que su nieto pueda estudiar en un colegio mejor. Invariablemente la renuncia (en mi cabeza, claro está) significa dejar, abandonar o desistir de algo bueno y no substituirlo por nada, más allá de la satisfacción de estar haciendo algo correcto.

Pues bien, los años van pasando, el amor se va enfriando y la renuncia comienza a tener otro sentido. Hoy se renuncia a una cosa que puede no ser tan buena a favor de otra que se considera mejor. O sea, abandono y desisto de aquello que ya no tiene valor para mí y voy en búsqueda de algo mejor.

El mundo dice “no te conformes con lo que tienes, siempre puedes tener algo mejor… o a alguien mejor”, como si las personas fueran cosas. “No estás mal, pero te mereces algo mejor”… y así por delante. De esta manera la palabra “renuncia” pasó de ser una palabra que implicaba sacrificio, a otra sin importancia y con una maldita carga de autocompasión y autosatisfacción. O sea, centrada en el yo.

La verdadera renuncia fue ejemplificada por alguien que abandonó toda su gloria para que los ciegos (como yo) pudiesen encontrar una salida. Tenía lo mejor y renunció a ello por el favor de otros. Cambió su manto por su piel desnuda, su corona por una de espinas, la alabanza por escupos en la cara y su trono a cambio de una cruz.

Realmente ya no se renuncia como se hacía antes.