Hace rato que no escribía y quiero hacerlo basado en un análisis que encontré en el libro “Comentario Bíblico Hispanoamericano” de Washington Padilla sobre las injusticias que vivimos. Es contingente a la compleja situación social que vive Chile y, el resto de América Latina.
Con el siguiente texto no pretendo hacer un análisis profundo ni exegético de los versos de Amós, sino que los lectores puedan encontrar un paralelismo entre la situación contextual del pueblo de Israel y la situación contextual de miles de creyentes el día de hoy. Miles de creyentes que, tal vez obnubilados por la posición social que pueden adquirir gracias a sus empleos, piensan que la situación de pobreza es simplemente por culpa de los mismos pobres y que como cristianos sólo deben orar o dar una ofrenda especial para que alguien, algún ministerio en la iglesia, lleve esa ayuda a quienes más lo necesitan. Independiente de que Dios quiere que le honremos con nuestros bienes, el tema va un poco más allá. La injusticia social también es un pecado.
El siguiente texto tiene como base una porción de la Escritura, la que encontramos en el libro del profeta Amós, capitulo 3, versículos 9 al 12.
AMOS 3.9-12
9 Proclamen en las fortalezas de Asdod
y en los baluartes de Egipto:
«Reúnanse sobre los montes de Samaria
y vean cuánto pánico hay en ella,
¡cuánta opresión hay en su medio!»
10 «Los que acumulan en sus fortalezas
el fruto de la violencia y el saqueo
no saben actuar con rectitud», afirma el Señor.
11 Por lo tanto, así dice el Señor omnipotente:
«Un enemigo invadirá tu tierra;
echará abajo tu poderío
y saqueará tus fortalezas.»
12 Así dice el Señor:
«Como el pastor arrebata de las fauces del león
si acaso dos patas o un pedazo de oreja,
así serán rescatados los israelitas,
los que en Samaria se reclinan
en el borde de la cama y en divanes de Damasco.
El sistema de injusticia y violencia en el que vivimos
Se nos ha enseñado que debemos “someternos a las autoridades superiores” (Ro. 13.1), y conformarnos con las cosas como son. Pero es ahí que me pregunto dónde queda lo que Dios también dice en su Palabra respecto a la clase dominante que gobierna a su pueblo. Estos son aspectos del “consejo de Dios” que necesitamos tomar en cuenta si hemos de “discernir la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Ro. 12.2). Porque, sinceramente, no creo que Dios se equivoque. Así que creo que Dios, junto con invitarme a tener un comportamiento cívico ejemplar frente a mis autoridades, pagando todos mis impuestos, no rebajando el IVA, sacando mi licencia de conducir como lo exige la ley, por nombrar un par de ejemplos, me invita a estar pendiente de que ese respeto por la autoridad no signifique necesariamente pisotear a las clases más bajas, abusar de los menos afortunados, no luchar por la igualdad de oportunidades, defender posturas políticas que fomenten y respalden la usura, pensar en el bienestar y perpetuación de mi pensamiento político, por ejemplo.
Cuando defendemos acérrimamente nuestro bienestar económico, nuestro pensamiento político o nuestra postura social, podemos estar frente a idolatría, situación que Dios aborrece. Y soy el primero en pedir perdón por politizar pensamientos que debiesen ser absolutamente defendidos con la Palabra, como por ejemplo, la injusticia social… porque la injusticia social, también es un pecado. O sea, tengo la hermosa bendición de haber sido adoptado por Dios como hijo; haber sido hecho parte del pueblo de Dios. Pero por algún motivo hemos olvidado que si somos pueblo adquirido, nación santa, linaje escogido y real sacerdocio no es para recibir y recibir bendiciones de Dios, amasando riqueza o bienes para nosotros mismos. A fin de cuentas, Dios no es un maldito genio de la lámpara que deba conceder todos mis estúpidos deseos. Ni siquiera tiene la obligación de darme una casa o un auto o una bonita familia o hijos sanos. Con el hecho de haberme adoptado como hijo, ya tengo más que suficiente. Si somos algo es sólo para su gloria. Somos todo lo que Dios dice que somos para poder anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su admirable luz. Somos lo que Dios dice que somos con el fin último de hacer justicia, amar misericordia y humillarnos ante Dios. Somos lo que Dios dice que somos para restablecer su gloria en medio de la humanidad. Y desde mi análisis, necesitamos entender que la injusticia social, también es un pecado.
Hay cuatro puntos que quiero desarrollar sobre todo lo que digo. Cuatro puntos que, espero, sean leídos en integridad para poder opinar.
1. Hay pobres, porque hay ricos, y hay ricos porque hay pobres.
En el versículo 10 Dios acusa duramente a la clase dominante de Israel (los ricos) de “atesorar rapiña y despojo en sus palacios” (RVR60). La idea es que las riquezas que acumulan en sus casas lujosas no son simplemente el producto de su esfuerzo y trabajo, sino de lo que han robado al prójimo a través de la opresión y la violencia legalizada. Hoy vemos situaciones similares, donde muchos no necesariamente roban a mano armada (y espero que ningún hijo de Dios lo haga), pero evaden impuestos de alguna manera, pagan sueldos miserables, aplican intereses usureros a lo que prestan, explotan el medio ambiente sin preocuparse de la responsabilidad que tenemos como hijos de Dios con el ecosistema, o perpetúan una sociedad injusta y de guetos aislándose de todo lo diferente a ellos, tanto culturalmente como socioeconómicamente. No nos queremos mezclar con los inmigrantes porque son unos muertos de hambre que le quitan el trabajo a los chilenos, no nos queremos mezclar con los pobres porque huelen mal o por el qué dirán mis amistades si me ven con pobres, no nos queremos mezclar con los ricos porque son unos cerdos capitalistas, banales, interesados, etc.
En un mundo “bueno”, creado por Dios para bendición de la humanidad (Gn. 1), hay suficientes recursos para que nadie pase hambre, y menos aún, muera de necesidad. Sin embargo el problema de hambruna que afecta al Cuerno de África, por ejemplo, tiene pasando hambre a unas 10 millones de personas. ¿Por qué? La respuesta de la Palabra de Dios es que hay una íntima relación entre la riqueza de unos pocos, adquirida en no pocas ocasiones por medio de la violencia institucionalizada (“si no trabajas por lo que te pago, entonces no te doy trabajo”, “tu trabajo no vale más de lo que te pago”, “para ayudarnos mutuamente mejor no te contrato… hazme boletas solamente”, etc.), y la pobreza de la mayoría que ha sido despojada de sus medios de vida: hay pobres, porque hay ricos, y hay ricos porque hay pobres: son las dos caras de la misma moneda. Hay gente que no tiene lo suficiente para vivir, porque hay otros que se han apropiado de los recursos que deberían servir para suplir las necesidades de sus hermanos.
Y esto no ocurre solo dentro de un país, sino entre países. Hay unos pocos países ricos, que tienen mucho más de lo que necesitan sus habitantes, mientras que la gran mayoría de los países pobres está compuesta por millones de seres humanos que se arrastran en la miseria. Pero esto se debe no solamente al esfuerzo honrado de las naciones ricas, sino al hecho de que a través de los años esas naciones ricas han explotado y siguen explotando a las naciones pobres, regularmente con la complicidad de las clases dominantes de los países pobres. Esto sucedió cuando los conquistadores europeos vinieron a América, y tras dominar (y casi exterminar) a las poblaciones nativas, empezaron a explotarlas sin misericordia, y durante todo el período colonial se llevaron las riquezas de este continente. Lo mismo sigue sucediendo hoy día cuando los industriales, comerciantes y banqueros de los países ricos explotan a nuestros países al pagar sueldos miserables a nuestros obreros, o al prestar dinero y luego cobrar intereses usureros. Hay, entonces, una estrecha relación entre la pobreza de unos y la riqueza de otros.
2. El espíritu que lo inspira: la idolatría.
La razón por la cual la clase dominante de Israel explotaba a los pobres y los oprimía era que había convertido a las riquezas y la acumulación de cosas en su dios; los bienes eran el valor supremo de la vida. Esta es también la orientación del sistema económico, político y social bajo el cual vivimos. Lo que se busca no es llenar las necesidades básicas de la población, sino el mayor enriquecimiento de unos pocos que, regularmente, tienen el poder político en sus manos. Y para ganar más y tener más, se pagan los salarios más bajos posibles al trabajador, se evaden impuestos, se engaña con la publicidad, se producen artículos innecesarios. Lo importante para el sistema no es servir, sino tener.
Lamentablemente eso está arraigado en las mismas iglesias. Lo que debería ser un oasis en la sociedad, se convierte en el fiel reflejo de ella misma. Sólo pensamos en tener y en que Dios tiene casi la obligación de bendecirnos… ¿para qué?, nunca para pensar en el otro, sino sólo en nosotros mismos.
3. Los medios que emplea: la violencia y la represión.
En el pasaje de Amós se señala varias veces la violencia y la represión habituales y legalizadas a las cuales son sometidos los pobres de Israel. Es que para poder explotarlos, no hay otro medio que imponerles la fuerza. En alguna medida esta ha sido también la experiencia de todos los países latinoamericanos, pero en una forma más aguda ha sido la experiencia de los países que han adoptado el modelo económico neoliberal. Según la teoría, este sistema se basa en “la libertad”: la libre iniciativa individual para desarrollar un negocio; la libre competencia que, según la teoría, regula la producción y los precios; y el libre juego de “las leyes económicas naturales”, la oferta y la demanda, que supuestamente permiten el desenvolvimiento armonioso de las actividades económicas. Pero, ¿qué sucede en la realidad?
La mayor paradoja del neoliberalismo es que la libertad económica que proclama se traduce, sin escapatoria, en la necesidad de una represión muy grande de la fuerza de trabajo (los trabajadores). El neoliberalismo se convierte así, por su propia esencia, en neofacismo.
Esto nace del propio modelo, pues el neoliberalismo no puede ser llevado a la práctica en los países en vías de desarrollo si es que el Estado no asume la tarea de la represión de los intereses populares. Y entiéndase represión no solo como el uso de la fuerza, sino que protegiendo al empresariado con leyes, aprobando proyectos que destruyen el entorno en el que se construyen, argumentando todo en que estas cosas serán de provecho para todos los ciudadanos, cuando es evidente que sólo traerá beneficios económicos a los más ricos.
4. La mentalidad que subyace.
La primera acusación que Dios lanza contra los opresores es que “no saben hacer lo correcto” (v.10). Están tan habituados a cometer toda clase de abusos contra el pueblo, que han perdido toda noción de lo que es la justicia.
No es difícil encontrar individuos que han perdido el sentido del bien, como no es difícil tampoco encontrar personas que han perdido la vista o el oído. Pero algo mucho más grave es cuando el sistema económico-social de un pueblo se caracteriza por la incapacidad de entender y promover la justicia entre los seres humanos, y sus dirigentes están imbuidos de esa mentalidad. Y desgraciadamente en gran medida esa es la mentalidad que caracteriza al sistema capitalista-liberal. Esto es evidente, por ejemplo, en los argumentos que sus defensores emplean para justificar la continuación de este modelo de explotación. Algo anda mal con el sistema económico-social de un continente donde la mayoría de la población vive endeudada para tener lo mínimo y un poco más de lo mínimo, el desempleo no baja, la desigualdad crece cada día y la represión se usa para mantener un modelo económico y la violencia es la respuesta que encuentran los que son pasados a llevar.
Y sin embargo hay aquellos que defienden el sistema a capa y espada como el mejor posible, incambiable y aún “querido por Dios”. Si realmente entendemos lo que es el amor de Dios que quiere la vida de sus criaturas, la única conclusión posible es que los defensores de este sistema anticristiano “no sabe hacer lo recto”, han perdido el sentido del bien, están ciegos a la justicia, “tienen oscurecido el entendimiento… porque son ignorantes a causa de lo insensible de su corazón” (Ef. 4.18)