Se tornó común entre los evangélicos acusar de
falta de amor a otros evangélicos que toman posiciones firmes en asuntos
éticos, doctrinarios y prácticos.
La discusión, la confrontación y la exposición de
las posiciones de otros son consideradas como faltas de amor.
Es posible que al calor de una argumentación,
durante un debate, salieron palabras que podrían haber sido dichas o escritas
de otra forma. La sabiduría reside en conocer "el tiempo y el modo"
de decir las cosas (Eclesiastés 8:5). Todos nosotros ya experimentamos la
frustración de descubrir que no siempre logramos decir las cosas de la mejor
manera.
Sin embargo, no puedo aceptar que sea falta de amor
confrontar hermanos que entendemos no están andando en la verdad, así como
Pablo confrontó a Pedro cuando este dejó de andar de acuerdo a la verdad del
Evangelio (Gálatas 2.11). Muchos dirán que esa actitud es arrogante y que nadie
es dueño de la verdad. Otros, sin embargo, entenderán que es parte del llamado
bíblico examinar todas las cosas, retener lo que es bueno y rechazar lo que es
falso, errado e injusto.
Considerar como falta de amor el discordar de los
errores de alguien es desconocer la naturaleza del amor bíblico. Amor y verdad
andan juntos. Oseas reclamó que no había ni amor ni verdad en los habitantes de
la tierra en su época (Oseas 4.1). Pablo pidió que los efesios siguieran la
verdad y en amor (Efesios 4.15) y a los tesalonisences denunció los que no
recibían el amor de la verdad para ser salvos (2ª Tesalonicenses 2.10).
Pedro afirma que la obediencia a la verdad purifica el alma y conduce al amor
no fingido (1ª Pedro 1.22). Juan desea que la verdad y el amor del Padre estén
con sus lectores (2ª Juan 3). Querer que la verdad predomine y luchar por eso
no puede ser confundido con falta de amor para con los que enseñan el error.
Apelar al amor siempre encuentra eco en el corazón
de los evangélicos, pero hablar de amor no es garantía de espiritualidad y de
verdad. Hay quienes se jactan de amar y que no llevan una vida recta delante de
Dios. El profeta Ezequiel enfrentó un grupo de ellos: “…oyen palabras de amor,
pero no las ponen en práctica” (Ezequiel 33.32). Lo que ocurre es que a veces
el énfasis del amor es simplemente una capa para cubrir una conducta inmoral o
irregular delante de Dios. Pablo criticó eso en los creyentes de Corinto, que
se jactaban de ser una iglesia espiritual, amorosa, al tiempo que toleraban
inmoralidades en su medio:
“¡Y de esto se sienten orgullosos! ¿No debieran,
más bien, haber lamentado lo sucedido y expulsado de entre ustedes al que hizo
tal cosa?... Hacen mal en jactarse. ¿No se dan cuenta de que un poco de
levadura hace fermentar toda la masa?” (1ª Corintios 5.2, 6)
Se trataba de un joven que era parte de la iglesia
y que tenía relaciones sexuales con su madrastra. El discurso de las iglesias
que hoy toleran todo tipo de conducta irregular en sus miembros es exactamente
ese, de que son iglesias amorosas que no condenan ni excluyen a nadie.
Nadie en la Biblia
habló más de amor que el Apóstol Juan, conocido por ese motivo como el “Apóstol
del amor”. Él dijo que amaba a los creyentes “en la verdad” (2ª Juan 1; 3ª Juan
1); esto es porque ellos andaban en verdad. “Verdad” en las cartas de Juan
tienen un componente teológico y doctrinario. Es el Evangelio en su plenitud.
Juan ama a sus lectores porque ellos, junto al Apóstol, conocieron la verdad y
andan en ella. La verdad es la base del verdadero amor cristiano. Nosotros
amamos a nuestros hermanos porque profesamos la misma verdad sobre Dios y
Cristo. Sin embargo, he aquí lo que el Apóstol del amor dijo contra maestros y
líderes evangélicos que se habían desviado del
camino de la verdad:
“Aunque salieron de entre nosotros, en realidad
no eran de los nuestros; si lo hubieran sido, se habrían quedado con nosotros.
Su salida sirvió para comprobar que ninguno de ellos era de los nuestros”.
(1ª Juan 2.19)
“¿Quién es el mentiroso sino el que niega que
Jesús es el Cristo? Es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”.
(1ª Juan 2.22)
“El que practica el pecado es del diablo, porque
el diablo ha estado pecando desde el principio. El Hijo de Dios fue enviado
precisamente para destruir las obras del diablo”. (1ª Juan 3.8)
“Así distinguimos entre los hijos de Dios y los
hijos del diablo: el que no practica la justicia no es hijo de Dios; ni tampoco
lo es el que no ama a su hermano”. (1ª Juan 3.10)
“…todo profeta que no
reconoce a Jesús no es de Dios, sino del anticristo” (1ª Juan 4.3)
“Cuídense de no echar a
perder el fruto de nuestro trabajo; procuren más bien recibir la recompensa
completa. Todo el que se descarría y no permanece en la enseñanza de Cristo no
tiene a Dios; el que permanece en la enseñanza sí tiene al Padre y al Hijo. Si
alguien los visita y no lleva esta enseñanza, no lo reciban en casa ni le den
la bienvenida…” (2ª Juan 8-10)
¿Podríamos acusar a Juan de falta de amor por la
firmeza con que resiste el error teológico?
El amor que exigen los evangélicos
sentimentalistas termina tornándose la postura de quien no tiene convicciones.
El amor bíblico disciplina, corrige, reprende, dice la verdad. Y cuando se
enfrenta al arrepentimiento y la contrición, perdona, olvida, tolera, soporta.
El Señor Jesús, al perdonar a la mujer adúltera, agregó al perdón “anda y no
peques más”. El amor perdona, pero exige rectitud. El Señor pidió al Padre que
perdone a sus atormentadores, que no sabían lo que hacían; sin embargo, durante
toda la semana anterior a su martirio, no dejó de censurarlos, llamándolos de
hipócritas, raza de víboras e hijos del infierno. Esa separación entre amor y
verdad hecha por algunos evangélicos torna el amor en un mero sentimentalismo
vacío.
Por lo tanto, el amor cobrado por quienes se
ofenden con la defensa de la sana doctrina, la exhibición del error y la
confrontación de la no verdad, no es amor bíblico. La falta de amor con las
personas sería dejarlas que continúen siendo engañadas sin siquiera intentar
mostrar el otro lado del asunto.