A lo largo de la historia, la humanidad se hace la inquietante pregunta: ¿por qué sufrimos?
Para quien ha sido regenerado, el asunto del sufrimiento va más allá de la filosofía; es un asunto de teología: nos cuesta conciliar la doctrina del amor de Dios con el sufrimiento.
En Juan 11, Jesús se enfrenta a la muerte de Lázaro. El relato es tan íntimo, que podemos leerlo una y mil veces, y nos conmueve la tristeza que manifiestan las personas que participan en la historia. Amigos, parientes, familiares, están sufriendo la partida de Lázaro. Todos ellos están haciéndose la misma pregunta: ¿por qué sufrimos?
Pero el tema va más allá. A veces creo que Juan suaviza la forma en que se dirigen a Jesús. No podía ser posible que aquel que sanaba, no hubiese acudido urgentemente a hacerlo por su amigo. Deben haberlo increpado, sobre todo porque el texto nos dice que le avisaron con un par de días de anticipación a la muerte de Lázaro; eso es muestra que tenían fe en Jesús, pero Jesús, a propósito, no acudió pudiendo haberlo hecho.
Sé que lo que diré no tiene sentido. Al fin y al cabo "el mensaje de la cruz es locura para los que se pierden..." Pero bíblicamente hablando, si hay un motivo por el cual sufrimos, es para la gloria de Dios. Lo dice textualmente el versículo 4: "Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella".
¿Sufrimos para la gloria de Dios? Tengo que darte una buena noticia: sí. Y en el camino del sufrimiento vamos aprendiendo otras cosas, como dependencia de Dios, admiración de su grandeza, confianza en su amor; finalmente gratitud en su soberanía.
No me es fácil escribir esto, porque he vivido [y estoy viviendo] procesos de sufrimiento, y me hice muchas veces la misma pregunta: ¿por qué sufrimos?
Sufrimos para la gloria de Dios. Para que el Hijo de Dios sea glorificado.