"En esa misma
región había unos pastores que pasaban la noche en el campo, turnándose para
cuidar sus rebaños. Sucedió que un ángel del Señor se les apareció. La gloria
del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor. Pero el ángel les
dijo: 'No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo
de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un
Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a
un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre'. De repente apareció una
multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían:
«Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra paz a los que gozan de su buena
voluntad».
Cuando los ángeles se
fueron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: 'Vamos a Belén, a ver
esto que ha pasado y que el Señor nos ha dado a conocer. Así que fueron de
prisa y encontraron a María y a José, y al niño que estaba acostado en el
pesebre. Cuando vieron al niño, contaron lo que les habían dicho acerca de él,
y cuantos lo oyeron se asombraron de lo que los pastores decían. María,
por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón y meditaba acerca de
ellas. Los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por lo que habían
visto y oído, pues todo sucedió tal como se les había dicho."
[Lucas 2.8-20]
Siempre se habla de la rudeza de los pescadores que se
transformaron en los discípulos de Jesús. Pero ser pastor de ovejas no era
menos riesgoso. El rey David, antes de ser rey, fue pastor de ovejas. En 1ª Samuel
17.34-35, dice:
“David le respondió:
—A mí me toca cuidar el rebaño de mi padre. Cuando un león o un oso
viene y se lleva una oveja del rebaño, yo lo persigo y lo golpeo hasta que
suelta la presa. Y, si el animal me ataca, lo agarro por la melena y lo sigo
golpeando hasta matarlo.”
No sé ustedes, pero me parece que perseguir y golpear a un
oso o un león hasta matarlo si era necesario, no es una actividad menos
valiente que dar frente a una tormenta en alta mar.
Los pastores eran hombres valientes. El mismo texto de Lucas
nos manifiesta que ellos estaban en su rutina normal de cuidar sus rebaños
durante la noche. Eso es clave, porque la oscuridad de la noche no es un
momento de paz y quietud, sino de alerta ante animales salvajes o el abigeato
que pudio haber ocurrido ya en los tiempos de los evangelios.
Sí me llama la atención que estos valientes pastores
nocturnos hubieran sentido miedo de la luz. Se supone que la luz nos trae
tranquilidad. No sé si viviste el terremoto de 2010 en Chile, pero desde las
03:34 hasta que rayó el alba, yo sentí miedo. Era un miedo profundo cada vez
que comenzaba nuevamente a temblar. Durante el día siguió temblando, pero era
diferente a la luz del día. Por eso me llama la atención que estos pastores
hayan sentido miedo ante la luz. Pero el mismo texto me lo explica: tuvieron
miedo de la gloria de Dios. Eso es tremendo, porque no puedo evitar pensar en
lo que sintió el profeta Isaías cuando contempló la gloria de Dios: ¡se quiso
morir! No debe haber sido diferente a lo que sintieron estos valientes pastores.
Han de haber pensado “¡Ay de mí, que soy impuro… no me queda otro camino más
que morir porque he visto la gloria de Dios!”. Definitivamente no tuvieron
miedo del ángel. De hecho, luego aparece ante ellos una multitud de ángeles, y
no tuvieron miedo. Ellos sintieron el temor de la gloria de Dios. Esa gloria
santa, incomparable, indomable, que aplasta, que consume. Por eso el ángel les
dijo “'No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo
de mucha alegría…”
La historia sufre un cambio tremendo. Las buenas noticias
dejaron atrás el miedo y dieron paso a la fe y a la alabanza: “vamos a ver lo
que el Señor nos ha dado a conocer… regresaron glorificando y alabando a Dios
por lo que habían visto y oído”.
El evangelio completo fue presentado a estos pastores: la
mala noticia del evangelio es saber que, pecadores como somos, ante la gloria
perfecta de Dios, no tenemos otro camino que morir, porque la paga del pecado
es la muerte. Sin embargo, los pastores actuaron por fe; esa fe que estaba
fundamentada en las mismas profecías de las Escrituras. Y el haberse reconocido
merecedores de la muerte (el miedo que sintieron ante la gloria de Dios), pero
al mismo tiempo recibiendo por fe la buena noticia del Salvador, les permitió
glorificar y alabar a Dios por su obra redentora.
El evangelio echa fuera el temor. El evangelio nos permite
abrazar la gloria de Dios. El evangelio nos transforma. El evangelio nos
permite glorificar y alabar a Dios.
Gloria a Dios en las alturas… y en la tierra, Shalom.