Hacerse o no un tatuaje… un tema de principios.
Las escrituras declaran que nuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo, según 1ª Corintios 6.19 “¿Acaso no saben
que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han
recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños”
Siendo así, es
sensato conocer cuál es el padrón de Dios para este templo.
El texto que más se usa para
argumentar en contra del uso de marcas en la piel es Levítico 19.28 “No se hagan heridas en el cuerpo por causa
de los muertos, ni tatuajes en la piel. Yo soy el Señor”
Pero así
y todo, no tenemos explicitado claramente un mandamiento sobre este tema en las
escrituras; pero tenemos algunos principios que pueden ayudarte a decidir sobre
esto.
No es una
norma, pero puede ayudarte a discernir entre hacer algo o no hacerlo.
Principio 1: Lo que quiero hacer, ¿es
útil y provechoso, tanto física, mental y espiritualmente? ¿Conviene que lo
haga?
“Todo me
está permitido, pero no todo es para mí bien” [1ª Corintios 6.12a]
Principio 2: Lo que quiero hacer,
¿puede dominarme?
“Todo me está permitido, pero yo no
dejaré que nada me domine” [1ª Corintios 6.12b]
Principio 3: Lo que quiero hacer,
¿ofende a otros? ¿Los escandaliza?
“Por lo tanto, si mi comida ocasiona
la caída de mi hermano, no comeré carne jamás, para no hacerlo caer en pecado”
[1ª Corintios 8.13]
Principio 4: Lo que quiero hacer,
¿glorifica a Dios?
“En conclusión, ya sea que coman o
beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” [1ª
Corintios 10.31]
Sabiendo que no somos guiados por
reglas sino que por el Espíritu Santo, y que el modo por el cual el Espíritu
Santo nos guía es la Palabra de Dios, lee y medita en cada cosa expuesta aquí y
ora para que la voluntad de Dios se cumpla en tu vida en todo lo que hagas.
Hacerse o no un tatuaje… un tema del corazón.
Pienso que si predico que no usen
tatuajes (o aros o un jeans) por la imagen de la tradición, por la exaltación
de la denominación, por la gloria de la imagen moral de sí mismo, dejamos a
Dios en un segundo plano y la predicación en contra del tatuaje pasa a ser
pecado, porque desvía la mirada hacia la gloria de Dios y la coloca en las
actitudes morales.
De la misma manera, si me hago un
tatuaje para reafirmar mi identidad, para ir en contra del sistema, para
jactarme de mi libertad en Cristo, para
atraer las miradas de las personas, entonces el uso del tatuaje (o de un aro o
de un jeans) se torna pecado, porque se coloca un placer pasajero en el centro
de mi vida, colocando a Dios de lado.
Sea cual sea la opción podemos darnos
cuenta que el problema de fondo es el objetivo del corazón del creyente.
Simón el Mago, relatado en Hechos
8.9-25, buscaba gozar de los dones del Espíritu (los cuales Pablo nos insta a
buscar), pero Simón en Mago lo hacía con objetivos totalmente carnales y no
regenerados. Si hacemos o nos abstenemos de algo guiados por nuestros propios
deseos no regenerados, cometemos pecado. O sea, si nos tatuamos o no nos
tatuamos basados en nuestros propios deseos, cometemos pecado.
Hacerse o no un tatuaje… un tema símbolos.
Levítico 19.28 condena el tatuaje en
el Israel antiguo. Esa prohibición era parte de el denominado “Código de
Santidad”, una sección amplia de Levítico dedicada a leyes que fueron dadas a
Israel para distinguir al pueblo de Dios de las naciones que le rodeaban. Los
gentiles usaban tatuajes, por lo tanto, Israel no debería usarlos pasa así
tener una demostración visible de que Israel era un pueblo santo, separado para
Dios. A partir del contexto de Levítico 19.28 podemos percibir que los tatuajes
eran específicamente prohibidos eran aquellos realizados como parte de una
ceremonia pagana (especifica “por tus muertos”), a pesar de que algunos piensen
que es una prohibición amplia en contra de todos los tatuajes.
Este planteamiento se confronta con la
venida de Cristo, quien derribó el muro divisorio entre judíos y gentiles
(Efesios 2.12ss). Específicamente, esto significa que las leyes que fueron
dadas para separar a Israel del resto de las naciones ahora son
contraproducentes si las aplicamos de la misma forma que el Israel antiguo las
observaba. Debemos adaptar nuestra aplicación de la ley para seguir y cumplir
el propósito de la ley a la luz de los cambios que Cristo trajo.
Considera el ejemplo de la
circuncisión. Este mandato distinguía a Israel de los cananeos en la Tierra
Prometida. Pero el nuevo testamento nos enseña claramente que, para ser santo
delante de Dios, ya no se requiere más de la circuncisión (Romanos 2.17-29;
Gálatas 2.11-21). La circuncisión era un símbolo exterior de la dedicación a
Dios. Pero ese símbolo exterior, que dividía a los pueblos racialmente, deja de
ser útil. El pueblo de Dios procede ahora de toda nación (la promesa de Dios a
Abraham), de quienes se humillan ante Dios para tener un corazón puro (Romanos
2.29), cosa requerida igualmente en el Antiguo Testamento, y el símbolo externo
de esta pertenencia, de entrada en el nuevo pacto, es el bautismo, que erradica
cualquier connotación racial y substituye la circuncisión, como dice Colosenses
2.6-23.
Hay que dejar claro que no todo lo que
aparece en el “Código de Santidad” tiene este mismo objetivo. Recordemos lo que
Cristo dice cuando le preguntan cuál es el mandamiento más importante y
responde que amar a Dios y al prójimo. Las leyes morales ayudaron a Israel a
distinguirse de las otras naciones.
Ahora, si hay alguien que piensa que
el tema de los tatuajes es un asunto moral, entonces que esa persona se
abstenga. Yo, personalmente, no tengo razones para pensar que los tatuajes sean
una cuestión moral. Bíblicamente no encuentro argumentos que demuestren
relación entre tatuaje y moral. Si pensamos que es algo moral, entonces
deberíamos aplicar el mismo principio en cosas como que los hombres no se
pueden cortar el cabello en redondo ni despuntarse la barba (Levítico 19.27).
Estas prácticas son inocentes en sí mismas, pero eran abominación en el Israel
antiguo porque estaban asociadas a rituales paganos como la adivinación,
rituales de muerte, prostitución cúltica, etc., como relata Levítico 19.26-31.
Si las acciones no poseen asociaciones
perversas en nuestro tiempo, entonces no existe ninguna razón para prohibirlas.