La semana pasada fui prisionero de reuniones y otros quehaceres. Eso me impidió sentarme a escribir lo ocurrido en la primera entrada después de un receso menor involuntario. Entonces pensé en poder escribir todo junto hoy. Y creo que fue una buena decisión, ya que fueron visitas bastante opuestas, pero con un trasfondo único y permanente: que el evangelio de la gracia brille en los rincones más oscuros de la sociedad.
Y digo 'visitas opuestas' porque el lunes pasado el recibimiento fue emotivo. Creo que no había recibido abrazos tan apretados ni efusivos fuera de los abrazos de año nuevo. Abrazos cariñosos, llenos de afecto, acompañados de constantes "lo echábamos de menos...". Yo solamente atinaba a decir "Yo también los echaba de menos". Y ciertamente que fue así. No respondí por ser políticamente correcto, sino que verdaderamente los extrañaba. Como siempre, cantamos, oramos, me invitaron a predicar, tomamos mate, comimos tostadas con palta, nos reímos, volvimos a abrazarnos y nos despedimos.
- "Siervo Jano... si tuviese una Biblia que le sobre, le agradecería mucho si me la pudiera traer", me dice el hermano Matías.
- "No me va a creer hermano Matías, pero justamente ayer domingo, un hermano de la libertad me regaló una y me dijo que era para cualquier hermano de Colina que pudiera necesitarla", le respondí.
- "¡Ese es mi Señor! Aún no está la palabra en mi boca y Él ya conoce toda mi necesidad!", me contestó. Sinceramente estos hermanos me enseñan una y otra vez sobre dependencia de Dios.
Pero este lunes, el hermano Luis, mano derecha del capellán, me pidió ir al módulo 7. Lamentablemente la iglesia que tiene asignado el módulo 7 ha sido inconstante. Por la gracia de Dios, el hermano Felipe y yo hemos sido los más constantes de todos los módulos. Y también lamentablemente la gente de la Iglesia Universal del Reino de Dios (conocida en Chile como "Pare de sufrir"). Digo lamentablemente, porque son una agrupación de cuestionables prácticas cristianas. En fin. Tenía pocas (y malas) referencias del módulo 7: básicamente constantes peleas, muertes y narcotráfico dentro del penal.
- "Vamos siervo", me dice el hermano Fernando, sub líder del módulo 7. Cuando llegamos, el funcionario no estaba para abrirnos la reja.
- "Oe...", grita un 'gentil' desde adentro del módulo 7; "llámate al paco culiao... perkin tiene que estar aquí poh, que quiero salir poh...", sigue gritando.
- "Ya le dije ya poh, y dijo que te esperís no más poh, ¿y qué güeá?", le replica uno que estaba al lado de nosotros.
El clima estaba tenso. Se oían gritos, muchos garabatos y golpes en los barrotes. El hermano Fernando me advierte que no iba a estar fácil. Justo antes de entrar, y porque el funcionario de Gendarmería ordenó que antes de salir los internos, debían dejarnos entrar, uno de ellos me lanzó un escupo en la cara. Rápidamente me cubrí para que el hermano Fernando no viera que me habían escupido, para no generar más tensión de la que ya había en ese momento. Me limpié con la mano, la sacudí contra el suelo y me sequé la mano en la camisa. Entramos cruzando el patio hasta el fondo, ya que el templo del módulo 7 está en ese lugar.
- "Este módulo es complicado porque es el módulo más cercano a la calle, entonces desde afuera tiran pa'dentro pelotas de tenis con droga; por ello, este módulo es pelúo porque los gentiles y los pacos compran droga acá", agrega el hermano Fernando.
Entramos, cantamos, oramos, me permiten predicar la Palabra de Dios. Mientras predicaba, me hacían señas desde la puerta; señas del tipo "¡corte!". Acelero mi predicación, termino y bajo del púlpito, donde me esperaba uno de los hermanos del módulo 7.
- "Vámonos rápido siervo... se están agarrando en el tercer piso, con cuchilla, así que van a entrar los pacos...", me explica el hermano.
- "Vamos entonces", fue lo único que atiné a responder.
Llegamos rápidamente a la quietud y tranquilidad del módulo 6. Me quedé pensando en los hermanos del módulo 7 y en la pelea, sobre la cual rogué a Dios que nadie muera.
Mientras esperábamos que nos fueran a buscar para salir, las mismas palabras que había predicado, resonaban en mi mente por causa de lo devastadoras que son las peleas con muertes dentro de la cárcel: "...pero como el Roble y la Encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa".
Al final del día, entre insultos y peleas, entre abrazos y escupitajos (porque entre ellos se escupen permanentemente), el Señor sigue y seguirá sentado en su trono alto y sublime, y sus faldas llenan a cada "templo" de su Espíritu, quienes siguen alzando su voz a Dios en medio de la cárcel diciendo: "Heme aquí, envíame a mí".