lunes, noviembre 22, 2010

DAISY: UN CREYENTE CON PECHOS...

Era un travesti alto, flaco y larguirucho, reconocido en Santiago. Tenía implantes. No sé cómo comenzó en la homosexualidad, pero dijo que tenía "sed de Dios" desde hace mucho tiempo. Cuando niño, al acompañar a su mamá a una iglesia católica, vio un cajón de vidrio con una estatua de Jesús dentro. "Iglesia del Jesús muerto"; su madre era devota. Cuando llegaron cerca de él, el mocoso sintió que Jesús lo miraba.

- ¡Mamá, Jesús está vivo!
- Deja de decir tonteras, pendejo... (ella no lo vio, pero el chiquillo sabía que Jesús no estaba muerto.

Ya adulto, Daisy se fue desilusionando de si mismo, teniendo siempre las ganas de tener otro tipo de vida, a pesar de tener todo lo que un travesti podía desear, como una pareja, un hijo (que tuvo con una prostituta que murió en una "limpieza" de neo-nazis) y sus implantes.

Prendía su radio y sintonizaba las emisoras pentecostales. Escuchaba música y predicaciones el día entero. Ni siquiera se cansaba de escuchar la repetición de los programas. Y los sintonizaba hasta antes de salir a ganarse la vida en la calle. Se le hizo un hábito escuchar el evangelio. Eso era irritante para u pareja y sus vecinos. Daisy se enojaba mucho con eso, pero se convencía de que era bueno para él.

Así que un día comenzó a leer un Nuevo Testamento de los Gedeones que sacó de un motel donde fue con un cliente. Y una noche no aguantó más. Sintió que no tenía corazón para llevar una vida así. Decidió que esa sería su última noche en la calle. Escuchó la radio y tomó su Nuevo Testamento. Leyó en el primer capítulo de Apocalipsis, donde habla de Jesús y sus vestiduras de luz y su lengua como espada de fuego.

- ¡Que cosa más linda! -pensó. Esta sería su ropa para esta noche.
- Me vestiré de "drag-jisas"

Se vistió de blanco y dorado, reverente. No sería una drag cualquiera, sino que, para Daisy, era el propio Jesús de manera simbólica diciendo que había llegado su hora de cambiar. No consiguió ganar dinero esa noche; predicaba sin parar, como los predicadores de la radio que siempre escuchaba. Predicaba a las prostitutas, a los potenciales clientes, a la gente que pasaba. Hasta que esa esquina quedó vacía. Todo el mundo se fue de ahí para no escucharlo. Finalmente, al romper el alba, habiendo arruinado la noche de todos los frecuentadores del punto, se sentó feliz, cantando esa canción que dice "...salva a los enfermos, reprende a los demonios, calma la lluvia y la tempestad. Si hoy, si hoy, deja que Dios te bendiga hoy. No dejéis para mañana lo que puedas hacer hoy, deja que Dios te bendiga hoy"

Al tiempo de eso, Daisy descubrió que era portador del VIH. Extrañamente no tuvo miedo. Su hermana conocía algunas personas en Valparaíso y decidió visitarlas para ver si encontraba ayuda con ellos. La vida tiene sus caminos... al recibir la medicina Daisy encontró unos misioneros de un ministerio underground que le ayudaron a vivir con una mejor calidad de vida. Ahí entendió que Jesús lo amaba.. Fue con estos misioneros que Daisy aceptó a Cristo en su corazón. Por decisión propia de "destravestizó" y se hizo lo más macho posible, dentro de lo que podía. Su pareja seguía en Santiago, con su hijo. Entendió por medio de la Escritura que esa pareja no era lo que a Dios le agradaba y que ahora tenía que velar por el cuidado integral de "su hijo".

- Me siento como recién nacido. Ya tuve todo el sexo que podría una persona tener en toda su vida, así que ahora quiero dedicarme a vivir para Dios con todo mi corazón.

Así que volvió a Santiago.

- ¿Qué será ahora de Daisy?- se preguntó uno de los misioneros.
- ¿Quién irá a comprenderlo para poder integrarlo?- replicó el otro.

A esta altura Daisy ya daba su nombre de hombre, pero aún tenía ademanes de su vida pasada, como las manos en la cintura, caminar delicadamente y la voz delicada.

Daisy llegó a la pieza que arrendaba en el barrio Yungay, terminó con su pareja, agarró sus cosas, a su hijo y se mandó a cambiar. Pero ahí comenzó la parte compleja: encontrar trabajo, sustentar su casa y a su hijo, y encontrar una iglesia donde lo aceptaran. Los primeros meses los pasaron sin dinero. Llegaron a vivir a una pieza por Avenida El Peral, cerca de la Vega Central. Ahí vio una iglesia que le quedaba cerca. Las emociones de Daisy aún eran las de una caricatura de mujer. Con todo, Daisy llegó a la iglesia, esperando recibir el mismo afecto de estos misioneros que conoció en Valpo. Pero lo primero que encontró fue al portero:

- Hoy no hay culto de evangelismo- dijo el ujier.
- Pero...
- Hoy es culto de adoración y es para los hermanos en Cristo...
- Ah...- el aire de desepción de Daisy no cambió por nada la cara del portero.

Infelizmente la iglesia no entendió a Daisy. Intentó en otra y en otra de las tantas iglesias cercanas, pero nada. Al fin y al cabo, ¿quién querría dentro de su congregación a un hombre con implantes de silicona levantando las manos al cielo en señal de alabanza y adoración?

Terminó por entender que no era bienvenido. Una herida más para la colección. Sin ayuda en la fe, sin apoyo económico y social para recomenzar, la fe de Daisy se apagó.

Un día, uno de los misioneros vio a Daisy en una nota del noticiero por internet. Daisy bailaba disfrazado de mariposa en la marcha del orgullo gay.

- Gracias a Dios está vivo- pensó, sin dejar de manifestar su tristeza.

Daisy... si estás leyendo esto, por favor inténtalo una vez más. Vamos a aprender a caminar juntos por el camino de la restauración. Vamos a aprender a cargar tus miedos y tristezas y, por el amor que Cristo mostró en la cruz, te fortaleceremos en la fe de aquel que nos transforma.

(Historia real. Los lugares y los nombres han sido cambiados)

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