(Texto original del pastor Augustus Nicodemus. Puede leer en portugués aquí)
Sé que hay
excepciones, pero ellas no son muchas. La regla es que, aquí en Brasil, los pastores
y predicadores más conservadores y reformados pastorean iglesias pequeñas,
entre 80 a 150 miembros. Ese hecho es notorio y no pocas veces ha sido usado
como crítica contra la doctrina reformada. Si ella es bíblica, buena y
correcta, ¿por qué sus defensores no logran convencer a las personas de eso?
¿Por qué sus iglesias son poco frecuentadas, no tienen involucramiento
misional, no evangelizan, no crecen y tienen pocos jóvenes?
Como dije,
hay excepciones. Conozco iglesias reformadas que son dinámicas, que crecen,
grandes, evangelizadoras y misionales. Conozco también otras menores, que
crecen no por el aumento del número de miembros en el local, sino por la
plantación de otras iglesias. Cuando digo “iglesias minúsculas” me refiero no
solamente al tamaño, sino a la visión, al involucramiento en la evangelización
y misiones, y a la diferencia que hacen. Tengo en mente las iglesias que se
arrastran en la rutina de sus trabajos, ensayos y cultos hace decenas de años,
siempre del mismo tamaño diminuto, sin que gente nueva llegue para hacer la
diferencia.
Consciente
de que hay iglesias reformadas grandes y que crecen, pero también consciente de
las muy pequeñas que no crecen hace mucho tiempo, en ningún sentido, yo haría
los siguientes comentarios en este post, que bien podría titularlo de “Navaja
en la carne”
1.
Infelizmente, al rechazar la idea de que en términos de crecimiento de
iglesias los números no dicen todo, muchos de nosotros, reformados, nos
olvidamos de que ellos aún dicen alguna cosa. ¿Podemos aceptar que está todo
bien y todo correcto con una iglesia local que creció apenas un 1% en los
últimos años, crecimiento mucho inferior al crecimiento de la población
brasileña y del crecimiento de otras iglesias evangélicas, especialmente
tratándose de una iglesia en un país donde los evangélicos no son perseguidos
por el Estado y las oportunidades están abiertas delante de nosotros?
2.
Igualmente infeliz es la postura de justificar el tamaño minúsculo con
el argumento de la soberanía de Dios. Es evidente que, como reformado, creo que
Dios es quien da el crecimiento. Creo, también, que antes de culpar a Dios,
nosotros, pastores reformados, deberíamos hacer algunas preguntas básicas: Nuestra
iglesia ¿está bien localizada?; El culto ¿es acogedor y atractivo?; La iglesia ¿ha
desarrollado esfuerzos consistentes y frecuentes para ganar nuevos miembros?; La
predicación ¿tiene como objetivo convertir pecadores?; La predicación ¿es
entendible para algún no creyente que casualmente esté allí? Los miembros de la
iglesia ¿están llenos de un espíritu evangelístico?; ¿Existe oración en la
iglesia en favor de la conversión de pecadores y crecimiento del número de
miembros?
Creo que muchos pastores reformados, colocan demasiado rápido la responsabilidad del tamaño de sus iglesias en Dios, antes de hacer la tarea en casa.
Creo que muchos pastores reformados, colocan demasiado rápido la responsabilidad del tamaño de sus iglesias en Dios, antes de hacer la tarea en casa.
3.
Es triste percibir que, en muchos casos, la soberanía de Dios es usada
como disculpa para no hacer absolutamente nada en términos de esfuerzo consciente
para ganar personas para Cristo. ¿Qué motivo tendría Dios para querer que las iglesias
reformadas sean pequeñas y que los años pasen sin que nuevos miembros sean
añadidos por el bautismo? ¿Qué motivos secretos llevarían al Dios que nos mandó
a predicar el Evangelio a todo el mundo, impedir que las iglesias locales
reformadas crezcan en un país libre, donde la predicación es hecha en todo
lugar y donde otras iglesias están creciendo vertiginosamente? Pienso que el
problema de la pequeñez no está en Dios, sino en nosotros. ¡Ay de nosotros que,
además de no crecer, más encima culpamos a Dios por eso!
4.
Es verdad que muchas iglesias evangélicas crecen usando estrategias y
metodologías cuestionables. Especialmente aquellas de la teología de la
prosperidad, que atraen a las personas con promesas de bendiciones materiales y
curas que no pueden cumplir. Incluso criticar el tamaño de esas iglesias y
apuntar a sus errores teológicos y metodológicos no justifica que tengamos
iglesias minúsculas. ¿Qué nos impide tener iglesias grandes usando los métodos
correctos?
5.
El problema con muchos de nosotros, pastores conservadores y reformados,
es que no estamos abiertos para cambios y adaptaciones en los cultos, en las
actitudes y posturas, por menores que sean y que podrían dar una cara más
amigable a la iglesia. Ser simpático, acogedor, atrayente, interesante no es
pecado y no va en contra de las confesiones reformadas y la tradición puritana.
Iglesias serias con cultos aburridos nunca fueron el ideal reformado de la
iglesia. Los pastores reformados deberían estar pensando en cómo hacer crecer
sus iglesias, en vez de resignarse y racionalizar en sus mentes que el tener
una iglesia pequeña está bien.
6.
Los creyentes fieles que están en las iglesias ya por muchos y muchos
años, también necesitan de alimento y pastoreo. Que Dios me libre de
despreciarlos. Sé que Dios puede llamar a alguien para el ministerio de
consolar y confortar creyentes antiguos durante años, de iglesia pequeña en
iglesia pequeña. Pero veo esa vocación como una pequeña parte del ministerio
pastoral; casi una excepción. Lo que me asusta es ver que esa excepción se ha
tornado prácticamente en regla en el pueblo conservador y reformado. ¿Será que
Dios predestinó a las iglesias conservadoras y reformadas para ser
doctrinalmente correctas, pero minúsculas, y a las otras para crecer, a pesar
de la teología y metodología erradas? ¿Será que Él no ha llamado a los
conservadores para ser ganadores de almas, evangelistas, plantadores de
iglesias y agentes de crecimiento del Reino? ¿Será que la vocación padrón del
pastor conservador es de ministrar iglesias minúsculas año tras año, sin nunca conocer
períodos de refrigerio y de gran crecimiento en el número de miembros? ¿Será
que cuando un pastor que era un evangelista ardiente y se hace reformado tiene
que terminar siendo teólogo y profesor?
7.
¡Lo que más me asusta es que hay pastores reformados que se enorgullecen
de tener iglesias enanas! “Muchos son los llamados y pocos los escogidos”,
recitan con satisfacción. Se enorgullecen de ser un movimiento de ser un
movimiento de “vaciamiento bíblico” en vez de un “avivamiento bíblico”. Dicen: “los
verdaderos creyentes son pocos. Prefiero una iglesia pequeña de calidad que de
una enorme llena de gente interesada y superficial”. Bien, si yo tuviese que
escoger entre las dos cosas, tal vez preferiría la pequeña. Pero, ¿por qué
tiene que ser una elección? ¿No podemos tener iglesias reformadas llenas de
gente que está allí por los motivos correctos? Yo sé que la calidad siempre
disminuye la cantidad, pero ¿será tan así?
8.
Nosotros, pastores reformados en general, tenemos la tendencia de
considerar la sana doctrina el foco más importante de la vida de la iglesia.
Por ello, muchos de nosotros pasamos nuestro ministerio entero adoctrinando y
re-adoctrinando su pueblo en los puntos fundamentales de la doctrina cristiana
reformada. Poca atención damos a otros puntos igualmente importantes:
espiritualidad bíblica, vida de oración, evangelismo consciente y determinado y
planeado. Creo que una cosa no excluye a la otra. Por otra parte, creo que el
adoctrinamiento bíblico siempre será evangelístico y que el evangelismo bíblico
es siempre doctrinario. “Predicación”, dice Spurgeon, “es teología saliendo de labios
calientes”.
9.
Algunos pastores reformados están tan presos de la doctrina de la
depravación total que no saben cómo invitar a pecadores a creer en Jesucristo.
Tenemos miedo de parecer arminianos si al final del mensaje invitamos a los
pecadores a recibir a Cristo por la fe, o incluso, durante la predicación, llevar
a las personas a tomar una decisión. El fantasma de Finney, el presbiteriano
creador del sistema de llamados, atormenta a los predicadores reformados, que
llegan al final del mensaje y no saben cómo aplicarlo a los pecadores
presentes, sin parecer que están haciendo un llamado. Tienen miedo de parecer
pentecostales si durante la predicación hablan de forma más coloquial, hablan
de forma directa a las personas, se emocionan o muestran fervor, o incluso si
gesticulan mucho o caminan en el púlpito. Creo que si los predicadores
reformados parecen más humanos y naturales, más cómodos en los púlpitos,
despertarían mayor interés en las personas.
10.
Creo, al final, que al reaccionar contra los excesos del pentecostalismo
acerca del Espíritu Santo, muchos reformados sienten rechazo de orar más, de
emocionarse mucho, ayunar, hacer noches de vigilia, predicar en las plazas y
calles, y de pedir a Dios que les conceda un gran avivamiento espiritual en sus
iglesias. Sólo hay una cosa de la cual los reformados tienen más miedo que de parecer
arminianos: parecer pentecostales. Ahí tiramos no solamente el agua sucia de la
bañera, sino también al bebé. Creo que si hubiese más oración y clamor a Dios
por un legítimo despertar espiritual, veríamos la diferencia.
Pedí a
algunos amigos míos, reformados, que criticasen este posteo antes de
publicarlo. Uno de ellos me escribió:
“Me gustó mucho. Me irrita el espíritu de ‘secta sitiada’ tan común en nuestro medio [reformado]; la idea de que la vocación de la iglesia es defender una fortaleza. Somos rápidos para criticar, pero tan lentos para proponer alternativas”
Creo que él
resumió muy bien el punto.
No tengo
respuestas listas ni soluciones elaboradas para el narcisismo eclesiástico.
Creo que pasa por un quebrantamiento espiritual genuino entre los pastores, que
nos humille delante de Dios, nos lleve a sondar nuestra vida y ministerio, a
renovar nuestro compromiso pastoral, a buscar la plenitud del Espíritu Santo y
a buscar Su gloria por sobre todas las cosas.
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