Hoy me tocó entrar solo a las dependencias de la cárcel de Colina 2. Ya en la portería, se percibe un ambiente enrarecido. Me piden mi carnet, me preguntan a dónde voy, me preguntan el número de mi providencia (autorización para entrar al penal), a pesar que las veces anteriores no lo habían hecho, por ser "evangélico".
En la primera reja, dos Gendarmes conversaban. Uno le dice al otro:
- "Con lo de ayer, lueguito va a quedar la cagá."
- "¿Voh' decí?"
(Suena algo en la radio portátil de uno de ellos)
- "¡¿Viste?! ¡Riña en el 7!"
Los saludo. El ambiente está tenso. Lo que acababa de escuchar explica lo que siento al llegar al primer control.
- "Vaya con cuidado", me dice el mismo Gendarme que anteriormente me dijo que para entrar debía sacarme los aros.
Camino por el pasillo que me lleva a la segunda reja. Paso el control y me dirijo por los pasillos a la tercera reja.
- "¿Dónde va hermano?", me pregunta otro Gendarme. En esta oportunidad está con chaleco antibalas y casco.
- "Al módulo 6 y luego al 3", respondí.
- "No va poder pasar. Están en un allanamiento en el 3. Espere en la segunda reja. Yo le aviso cuándo puede pasar."
Me devuelvo a la segunda reja, donde espero en un espacio donde transita mucha gente.
Al poco tiempo de estar allí, llega una pareja de Gendarmes vestidos de negro, con pasamontañas, casco, chaleco antibalas. Vienen con las manos llenas de estoques, como los de la foto. Un interno que trabaja en esa sección (tiene ese beneficio por buen comportamiento) despeja un espacio.
- "Vienen más", dice uno de los Gendarmes.
- "Ordénalos pa'la foto", dice el otro.
Obedientemente el interno comienza a ordenarlos por tamaño. Sobresale uno de un poco más de dos metros. El interno me mira y dice algo que no logro entender. Mientras está ordenando, llega un piquete de Gendarmes portando una camilla llena de fierros, cuchillos y estoques. Los dejan caer en el suelo generando un estruendo que alerta a los internos del sector norte. Se escucha que gritan, silban y golpean las rejas.
- "Se están pasando el dato. Así, si hay allanamiento, alcanzan a esconder las weás", me dice el interno que seguía ordenando los fierros.
Ciento siete armas, entre estoques, fierros, cuchillos y una escopeta hechiza.
- "Hermano, probablemente no va a poder entrar", me dice un sub oficial que fotografía las armas incautadas, junto con dos bidones de chicha de alguna cosa.
Los minutos pasan. Un interno me ofrece lustrar mis zapatos (Sí, voy con terno y corbata) y accedo. Escucho mucho ruido. El lustrabotas me dice:
- "Se pitiaron a dos estos días. Uno del 3 y otro del 7. Era un cabrito el del 3. Ahora se viene del otro lado... y se van a pitiar a varios de una!".
Le pago al lustrabotas y me llaman para poder entrar. El hermano Cristian me espera a pesar de la hora y media de retraso que llevo.
- "¡Siervo! ¡Lo estaba esperando!"
- "Disculpe hermano, pero no me dejaron...". Me interrumpe, me toma del brazo y me llevan sigilosamente hasta el módulo 3. Pero la cuarta reja está cerrada y los de Fuerzas Especiales de Gendarmería no son muy amables.
- "El siervo viene de la libertad", le explica el hermano Cristian.
- "Me importa una raja si viene del Vaticano. No puede pasar", le responde el Gendarme.
Le digo a Cristian que no se preocupe, que puedo esperar allí, pero finalmente me dejan pasar.
Cuando llegamos a la reja del módulo 3, había personal de Gendarmería fuertemente armado. Nos explican que sigue el allanamiento en el módulo 3 y que no podré entrar. Soy conducido hasta el módulo 6... nuestro oasis en Colina 2.
El culto estaba en el momento de las ofrendas. Llevo la mía y canto con fervor junto a mis hermanos en Cristo. La Palabra es predicada por un interno. Mientras predica sobre el sacrificio de Cristo por nosotros, se escuchan golpes, gritos, silbidos y balazos (salvas para disuadir). 35 minutos de predicación y volvemos a cantar un par de canciones. Los panderos parecieran acallar el ruido ambiente del allanamiento. Termina el culto. Vamos a la oficina pastoral del módulo 6. Al segundo mate, percibo que ya no hay ruido. Un tenso silencio viene desde los pasillos. Me comentan que el pastor (el capellán) está enfermo y que llevan 5 días sin pastor. Los reúno en un círculo y los animo orando por ellos y por el pastor. Antes de salir, el líder del módulo 6 me llama hacia un costado y me dice:
- "Hermano, necesito pedirle un favor. Resulta que mi pastor probablemente no vendrá en toda la semana y estamos terminando de construir unos púlpitos. ¿Usted podría pasar a comprar los materiales a la ferretería que está aquí al lado de Colina 1? Pida el despacho para el viernes. Acá están mis datos para la entrega. Ellos están autorizados para ingresarnos materiales de construcción". Asiento a la petición y me guardo el dinero que me pasan para la compra.
Ya son las 11.50, por lo que debo salir. Afuera, en el pasillo que cruza desde el módulo 6 a la cuarta reja, el escenario ha cambiado dramáticamente: lienzos de despedida a los muertos. "Te vengaremos" dice uno de ellos. Velas, vírgenes y una Biblia abierta en el salmo 46. Me despido de Cristian, quien me da un fuerte abrazo.
- "Ore por nosotros siervo... la cosa está mala aquí. Las potestades y las tinieblas están a su antojo llevándose gentiles al de los callaos", termina diciendo con voz temblorosa.
- "Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro", atiné a decir.
Salí del CCP Colina 2 con una sensación de pesar. Intranquilo, podría decir.
Mientras compraba los materiales, la sirena de una ambulancia me distrae. Llega hasta la entrada de Colina 2 y entra raudamente al estacionamiento del penal. "Nada nos podrá separar..." son las palabras que giran en mi cabeza. Ninguna cosa. Ni siquiera morir en la cárcel nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús.
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