martes, marzo 06, 2018

In God, we trust?

¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?
¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma,
con tristezas en mi corazón cada día?
¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?
(Salmo 13.1-2)

Todos llevamos dentro algún tipo de drama personal, de carga difícil de soportar, de lucha que nos desgasta y que podría desencadenar sin previo aviso un verdadero cataclismo en nuestras vidas. No existe el antídoto que nos vacune contra toda clase de “malos tiempos” y menos una píldora que reduzca el “tiempo de la aflicción”.

No obstante, lo que si hallamos en la Biblia es que los hombres de Dios encontraron algunas formas de paliar el dolor y tratar de responder a la pregunta: ¿hasta Cuándo? Seamos bíblico-realistas, No existe un libro más apegado a la realidad del hombre que la Biblia. Es por eso que cuando la leemos con detención nos sorprende la crudeza de sus testimonios pero también lo fabuloso de la esperanza que sus testimonios nos plantean.

Algunos suponen que el cristianismo es una medicina en contra de los malos tiempos y por lo tanto se sienten culpables y alejados de la bendición cuando éstos asoman en el horizonte. ¿Te has sentido así alguna vez? ¿Te estás sintiendo así en este momento? Nuevamente planteamos que la gran riqueza del cristianismo radica en que el Señor nos da herramientas que nos permiten poder construir nuestra casa sobre roca, y el sentido común para evitar hacerlo sobre la arena, antes que enseñarnos a controlar tempestades o llevarnos a vivir en lugares en donde no existen las furiosas tormentas. Veamos entonces algunos consejos del Señor que no nos ayudarán a encontrar la fecha de caducidad de nuestros problemas pero si a aprender a enfrentarlos:

En primer lugar, debemos aprender a confiarle al Señor todos nuestros sentimientos y dilemas. Los salmistas en sus cantos no se reservaban nada, simplemente se lo decían todo al Señor. En el Salmo 10 se pide la destrucción de los malvados y las palabras iniciales no son necesariamente una alabanza al creador: “¿Por qué estás lejos, oh Jehová, y te escondes en el tiempo de la tribulación? ” (Sal. 10.1).
¿Pueden ustedes imaginar un servicio religioso en donde cantemos con esas palabras? El texto del encabezado también nos muestra la severidad del sentimiento del corazón de los salmistas. Luego, no tienen mejor idea que “cantar” con lujo de detalles de la terrible realidad de maldad que ellos están observando: “Porque el malo se jacta del deseo de su alma... Sus caminos son torcidos en todo tiempo... Llena está su boca de maldición, y de engaño, y de fraude... arrebata al pobre trayéndolo a su red ” (Sal. 10.3a,5a7a,9c). Sin embargo, las palabras no se quedan en el terreno de la queja, sino que se convierten en oración y compromiso por el cambio: “Levántate, oh Jehová Dios, alza tu mano; no te olvides de los pobres” (Sal. 10.12). Más que atrevimiento es la osadía de hombres que no pueden ocultar su canto de la realidad en que viven, y que, por lo tanto, esperan seguir cantando al Señor que sigue reinando entre ellos: “Jehová es Rey eternamente y para siempre...” (Sal. 10.16a).

En segundo lugar, debemos aprender a llamarnos nosotros mismos la atención en búsqueda de fortaleza. ¿Por qué no debo derrumbarme en medio de la prueba? ¿Por qué debo tener paciencia? ¿Por qué debo mantenerme fiel? ¿Cuáles son mis fundamentos? ¿En qué se basa nuestra vida para sostenerse? Todas estas preguntas deben responderse en lo profundo de la conciencia y con nuestras propias palabras. Los salmos no sólo hablan de lo que Dios va a hacer, sino también de la reivindicación de la confianza que nosotros hemos puesto en Él. Justamente, el Salmo 15 expresa el llamado a la integridad personal a cualquier costo sin importar el tiempo que estemos viviendo.

Pero es en el Salmo 16 donde encontramos el punto de inflexión entre nuestro Dios protector y las convicciones que nos fortalecen. Así dice David: “Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado. Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti” (Sal. 16.1-2). Son estas convicciones las que copan el corazón del salmista y le llevan a decir: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra no seré conmovido” (Sal. 16.8).

Finalmente, la pregunta a la que esta reflexión nos está guiando no es “¿hasta cuándo?”, sino más bien es “¿hasta dónde?”. Tener respuestas en tiempos de aflicción no está en función del tiempo de duración sino en directa proporción con las fuerzas que tengamos para enfrentarlos. Si lo pensamos bien nos daremos cuenta del poderoso sentido de estas palabras: Si nuestro corazón está engrandecido de convicciones... entonces siempre las pruebas serán pequeñas; en cambio, si nuestro corazón está empequeñecido por falta de principios que sustenten nuestra vida y confianza en el Señor... entonces las pruebas siempre serán gigantescas e insoportables.

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