Una versión de Jesús agradable a la clase media. Un Jesús que no se incomoda con nuestro materialismo y que jamás nos llamaría a dar todo lo que tenemos. Un Jesús que se agrada de la devoción nominal y que nunca alterará nuestro confort.
Pero últimamente he comenzado a tener la esperanza de que esta situación está cambiando.
El historiador del siglo XX que acuñó el término "American Dream", Truslow James Adams, definió como "un sueño... en el cual cada hombre y cada mujer debe ser capaz de alcanzar la estatura máxima de la cual está innatamente capacitado y ser reconocido por otras personas por lo que ellas son"
Pero muchos de nosotros estamos percibiendo que Jesús tiene prioridades diferentes. En vez de felicitarnos por nuestra autorrealización, Jesús nos confronta con nuestra incapacidad de realizar cosas de valor para Dios. En vez de querer que seamos reconocidos por otros, Jesús nos invita a morir a nosotros mismos y buscar, de esta manera, la gloria de Dios.
En mi propia congregación estamos intentando salir de la mentalidad del Sueño Americano e intentar comenzar a servir de manera diferente.
Ya estuve en iglesias con grandes templos y con intenciones de seguir creciendo en metros cuadrados y equipos y con programas que satisfagan nuestros propios deseos. Pero ahora he dejado de mirarme el ombligo y estoy mirando al mundo en el que vivo.
Es un mundo donde 26 mil niños mueren diariamente de hambre o de alguna enfermedad curable. Un mundo donde millones viven en situación de extrema pobreza, mientras los barrios de clase media se parecen cada vez más a Beberly Hills. Un mundo donde más de un billón de personas NUNCA escucharon siquiera el nombre de Jesús. Entonces me pregunto ¿Por qué gasto mi tiempo y dinero en cosas sin importancia que poder atender esas necesidades? Así fue como todo comenzó a cambiar.
La iglesia Brooke Hills en Estados Unidos ha entendido esto. Por ejemplo, ellos tomaron el superávit y lo asignaron a la plantación de iglesias en India, donde está el 41% de las personas más pobres del mundo. Pero también designaron otro monto del presupuesto para construír pozos, mejorar la educación, prestar ayuda médica y compartir el evangelio. Literalmente cientos de miembros de esa iglesia dejaron los Estados Unidos de manera temporal o permanente para servir en esos lugares.
Y no solamente se movieron para los necesitados distantes, sino también para los que están cerca.
Ellos cuentan que en una oportunidad llamaron al departamento responsable de los orfanatos de ese condado preguntando cuántas familias serían necesarias para lograr la adopción total de los huérfanos... la mujer que atendía el teléfono comenzó a reír. Le dijeron que suponiera un milagro y que diera un número de familias necesarias para esa meta. La mujer dijo "sólo con un milagro, más de 150 familias". Cuando el pastor contó esto a la iglesia, más de 160 familias se inscribieron para ser receptores de esos huérfanos. Y es que ellos no querían ningún niño de ese condado creciera sin un hogar donde les amaran. Eso no es el Sueño Americano. El hecho de no crecer en confort, prosperidad o facilidad. Pero cuentan que han entendido lo que significa verdaderamente el amor sacrificial para con los demás y lo que significa el largo camino a comprender la maravilla inefable del amor sacrificial de Dios por nosotros.
Creo sinceramente que el desafío es usar nuestras libertades, recursos y oportunidades, sin que eso se contraponga con los valores que Dios nos deja en la Biblia.
Creo que Dios tiene un sueño para las personas hoy en día. Pero no es el mismo que persigue el Sueño Americano.
Creo que Dios nos está diciendo que el verdadero éxito se encuentra en el sacrificio radical. Que la satisfacción final se encuentra no en hacer más de nosotros, sino en que podemos hacer más de él. Que el propósito de nuestras vidas trasciende al país o cultura en el que vivimos. Que el significado se encuentra en comunidad y no en el individualismo. Esa alegría se encuentra en la generosidad, no en el materialismo. Que la cosa no es como dijo el Padre Alberto Hurtado "dar hasta que duela", sino que hacerlo en el sentido bíblico de dar tanto que me haga feliz. Y que Jesús recompensa al que arriesga todo para realmente tener.
En verdad, el evangelio nos obliga a vivir para la gloria de Dios en un mundo con necesidades espirituales y físicas urgente... y ese Sueño sí que vale la pena hacerlo realidad.
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