Las ciudades son verdaderos ecosistemas. La diversidad social de las mismas es altamente compleja y la interacción entre los individuos no es diferente. Uno de los miembros integrantes del ecosistema de la ciudad es la iglesia. Ella como parte del todo, pero al mismo tiempo distinta (aplicando la idea de que "estamos en el mundo, pero no somos del mundo" según Juan 17), debe resguardar ciertos padrones, no obstante está inserta en la ciudad. No es moralismo, sino lo que podemos desprender de las Escrituras en textos como Jeremías 29:4-7 o Hechos 2:41-47, por mencionar solo un par.
La hostilidad hacia el Evangelio es una advertencia que el mismo Señor Jesucristo nos adelantó en el Evangelio de Juan: "El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió". Va a ocurrir. Es un hecho que no todos en la ciudad estarán dispuestos a escuchar el mensaje del Evangelio, como también otros tantos lo rechazarán agresivamente: "Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente por causa de mí. Regocíjense y alégrense porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de ustedes" (Mateo 5:11-12).
Pero más allá de la hostilidad y rechazo de los de corazón duro, y bajo la confianza de que Dios estará con nosotros hasta el fin de los tiempos, quienes pretendemos involucrarnos en el ministerio urbano (tanto en plantación como en revitalización de iglesias) debemos prestar atención a algunas áreas problemáticas donde deberíamos estar capacitándonos permanentemente para poder compartir de la mejor manera las buenas nuevas del poder transformador de Cristo, como plantea Susan Baker, co-autora del libro 'The urban face of mission: ministering the gospel in a diverse changing world'.
La hostilidad hacia el Evangelio es una advertencia que el mismo Señor Jesucristo nos adelantó en el Evangelio de Juan: "El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió". Va a ocurrir. Es un hecho que no todos en la ciudad estarán dispuestos a escuchar el mensaje del Evangelio, como también otros tantos lo rechazarán agresivamente: "Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente por causa de mí. Regocíjense y alégrense porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de ustedes" (Mateo 5:11-12).
Pero más allá de la hostilidad y rechazo de los de corazón duro, y bajo la confianza de que Dios estará con nosotros hasta el fin de los tiempos, quienes pretendemos involucrarnos en el ministerio urbano (tanto en plantación como en revitalización de iglesias) debemos prestar atención a algunas áreas problemáticas donde deberíamos estar capacitándonos permanentemente para poder compartir de la mejor manera las buenas nuevas del poder transformador de Cristo, como plantea Susan Baker, co-autora del libro 'The urban face of mission: ministering the gospel in a diverse changing world'.
- El poder modelador de la cultura. Antes de abordar la missio dei en cualquier ciudad, grande o pequeña, necesitamos entender qué tan profundamente nos ha modelado nuestra cultura, ya que ese poder modelador influye en el estilo y contenido de nuestro ministerio. La cultura de la ciudad está sustentada en una cosmovisión que influye en todas las áreas de la misma. Somos parte del ecosistema y, aunque podemos actuar contraculturalmente, no somos totalmente impermeables a la cultura. Todos y cada uno de quienes desarrollamos un ministerio urbano necesitamos estudiar cómo (y en qué profundidad) esa cultura imperante nos ha afectado, al mismo tiempo que trabajamos para que la cosmovisión bíblica del Evangelio de la gracia de Jesucristo opere desde dentro hacia afuera de nosotros, hasta que seamos verdaderos faros de luz en medio de los rincones más oscuros de la sociedad. No se trata de ser totalmente impermeables a la cultura (lo que nos lleva al fanatismo religioso), como tampoco ser absolutamente permeables (lo que nos conduce al liberalismo bíblico). Adhiero a las palabras de Harvie Conn, citadas por Baker en el libro antes mencionado: "El centro del Evangelio siempre debe ser específico para el contexto... pero el centro sigue siendo el centro, ya sea Jesús el Mesías o Jesús como Señor. La similitud del Evangelio no se ve erosionada por la particularización del Evangelio cuando se presenta. Simplemente se está haciendo específicamente apropiado". Sin embargo, es la primera consideración a tener presente: "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Romanos 12:2).
- La necesidad de una vida encarnacional. Es mucho más fácil teorizar sobre la vida encarnacional, que implementarla... mucho más en nosotros mismos. Su importancia radica en ser uno con las personas a las que se sirve (Cristo se hizo como uno de nosotros, pero no pecó), entenderlas, y comprender las luchas que enfrentan, para así poder confrontar todos los aspectos de autosuficiencia que operan en contra del mensaje de la gracia de Cristo, con la predicación de la Palabra de Dios. El ministerio urbano debe ser relevante para que sea efectivo, tanto en lo práctico, como también obligatoriamente en lo Escritural. Cuando Dios entra al mundo en la persona de Cristo, lo hace viniendo a habitar entre nosotros. Lance Ford y Brad Brisco (en "Next door as it is in heaven") destacan la palabra griega eskenosen (literalmente levantar una carpa) como rectora de una vida misional encarnacional. Eugene Peterson, en su traducción libre de la Biblia (The Message), traduce Juan 1:14 como "La Palabra se hizo carne y sangre, y se mudó a nuestro vecindario". Este acto es el diferencial del cristianismo. No existe otra religión en el mundo en la cual sus dioses se transformen en uno de nosotros para vivir en medio de nosotros. Es más: solamente nuestro Dios se hace uno de nosotros y vive entre nosotros, vive la vida que nosotros deberíamos vivir, muriendo la muerte que nosotros deberíamos morir. Ese mensaje es complejo de aceptar; entonces la vida encarnacional nos permite hacer eco de vidas transformadas por el mensaje del Evangelio de Jesucristo, pero de manera contextualizada, real, vívida, vecina, amiga. No debemos confundir 'contextualización' con 'relativización' de las Escrituras. Por eso el punto anterior es importante de manejar, para no ceder al poder modelador de la cultura que buscará, por todos los medios, relativizar las Escrituras.
- El peligro de descuidar nuestra propia espiritualidad. El ministerio, sobre todo si se vive de manera muy solitaria, puede ser extremadamente peligroso, ya que las sutilezas de Satanás buscarán subvertir los afectos que deberían ser solamente para el Señor. Como plantea Bonhoeffer, hay una necesidad cristiana de comunidad que nos aproxima a Dios y al prójimo. No podemos descuidar nuestra espiritualidad.
La tarea más difícil en el ministerio urbano es permanecer de buen ánimo, sirviendo de manera optimista y con una alta y evidente espiritualidad. El ministerio exige estar dando constantemente, y el ministerio urbano en particular, hace que esa demanda sea implacable. Pero no puedes dar lo que no tienes. Si no te estás reponiendo para continuar la 'guerra espiritual' de la ciudad, entonces te estás aproximando a la derrota y al agotamiento físico y espiritual.
Considerando que la mayoría de las relaciones en las ciudades, son relaciones de consumo (en desmedro de las relaciones de pacto), las disciplinas espirituales han de ser una prioridad. Así como una persona puede ser disciplinada en hacer deporte, los tiempos de lectura de la Biblia, la oración, la meditación en la Palabra; cada una de estas cosas nos alientan y alimentan cuando se está expuesto al desgaste permanente de dar. - La necesidad de evaluación. En toda planificación estratégica, existe un punto de evaluación que permite, o continuar hacia adelante, o corregir cualquier desvío del objetivo por el cual se está trabajando. Muchos errores ministeriales pueden corregirse si se implementa un proceso de evaluación. El liderazgo, los programas y los recursos deben someterse a una evaluación regular para mantener la eficacia en el ministerio. El Apóstol Pablo encarga a Tito la responsabilidad de evaluar el estado de la iglesia en Creta, justamente para poder potenciar la eficacia del ministerio de la Palabra de Dios en ese lugar. Hoy más que nunca, con las transiciones dinámicas que enfrenta la mayoría de las comunidades urbanas, lo que una vez funcionó bien, puede que ya no sea relevante, o que se esté haciendo mal, por lo que las evaluaciones son continuamente provechosas.
Ninguna de estas consideraciones son reglas absolutas; sin embargo son provechosas para el desarrollo de ministerios urbanos sanos. Creo que estas consideraciones, en manos de nuestro Señor soberano, pueden ser extremadamente útiles en la preparación de pastores urbanos, plantadores de iglesias y otros líderes para que sean eficaces en su llamamiento. Como plantea Susan Baker, los líderes urbanos necesitan capacitación diseñada específicamente para equiparlos a medida que enfrentan estas áreas problemáticas. Concuerdo plenamente con ella cuando dice que "Ya sea que su entrenamiento sea formal en un aula de seminario o informal mientras caminan con un mentor lado a lado por las calles, los líderes urbanos deben aprender cómo aprovechar el poder de Dios para combatir los muchos desalientos que enfrentan. Deben estar preparados para llevar el evangelio completo a las naciones que vienen a nuestras ciudades".
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