jueves, abril 04, 2019

Una nueva oportunidad misional: Mis primeras impresiones de Maringá.

Introducción
El año 2012, en el marco de la práctica de la escuela de misiones Steiger, me tocó liderar el grupo que realizó un trabajo de percepción (llámalo superficial, elemental, básico, pero no por eso menos importante) de la sociedad en la ciudad de Madrid. En una semana teníamos que hacer, con la ayuda de Dios, una lectura socio/espiritual del lugar; con esa información, los siguientes grupos irían a hacer evangelismo junto con las iglesias locales. Recuerdo haber entregado un informe que planteaba una relación entre el toreo y las personas de la ciudad: así como el toro es encerrado en un espacio reducido, sin luz, sin comida, siendo provocado con golpes, para luego soltarlo a una arena ruidosa, con tanta luz que lo deja medio ciego, donde hay una figura humana brillante que le ‘ofrece’ un bulto para poder descargar su rabia, pero que se mueve, aumentando así su frustración hasta cansarlo por completo, la sociedad madrileña ha estado encerrada en un sistema social y económico que le restringe sus movimientos, que la tiene hambrienta y sedienta a niveles psicoespirituales, para ‘soltarla’ (pseudo libertad) en una arena despiadada que le ofrece ciertos objetivos personales que, para frustración de quien intenta una y otra vez alcanzarlos, no puede, cansándole hasta que el sistema, siempre brillante y erguido, le clava una espada directo al corazón, causándole la muerte.

De las Escrituras a lo local
Las percepciones que podemos tener de las ciudades son importantes a la hora de pensar en planificación, tanto de evangelismo, actividades de vinculación con el vecindario y hasta las series de predicaciones en nuestras iglesias locales. El Apóstol Pablo lo hizo en Atenas, mientras esperaba la llegada de Timoteo y Silas, luego de haber escapado de la persecución en Tesalónica y Berea. Las Escrituras declaran que Pablo veía la ciudad y se enardecía su corazón al verla entregada a la idolatría. Como para que comprendamos la situación, Atenas era una mezcla de materialismo desencantado y sincretismo religioso. En Hechos 17:21 dice “Porque todos los atenienses y los extranjeros que residían allí, no tenían otro pasatiempo que el de transmitir o escuchar la última novedad”. Entonces el Apóstol Pablo les anunció el Evangelio de Jesucristo desde la cercanía de la propia identidad de la ciudad. Pablo debe haber investigado, leído, averiguado, para conocer la historia que le permitió hablar en un lenguaje común y relevante. Pablo no relativizó el Evangelio. Pablo no diluyó el mensaje. Pablo no travistió a Cristo; lo comunicó de manera tal que atacó la idolatría, al mismo tiempo que anunció la salvación en Cristo Jesús.
Uno de los autores que más conocemos en Latinoamérica que habla sobre este asunto, es Tim Keller. Una de las cosas que Keller plantea en el “Manual del Plantador” es que, en el caso de la experiencia de ellos con Redeemer en Nueva York, el conocer el entorno les sirvió para aprender humildemente a respetar la ciudad, conscientes de que se debe generar una relación recíproca: por un lado, la iglesia necesita de la ciudad para poder ahondar aún más en la comprensión de la gracia de Dios, al mismo tiempo que la ciudad necesita a la iglesia por el mismo motivo.
En mi anterior experiencia de plantación de iglesia (Iglesia Uno, en Santiago de Chile), percibir la ciudad fue clave para el desarrollo de ella. Tomarle el pulso al centro de la ciudad nos permitió identificar importantes diferencias micro culturales entre los barrios, así como la cosmovisión que definía sus propias existencias. Lo que denominamos ‘Comunidades Misionales’ no eran otra cosa sino actividades de relacionamiento con el entorno. Mientras en uno de los barrios se realizaron obras de teatro, música en vivo, conversatorios de diversos temas, fiestas del té, etcétera, en el otro barrio se realizaron ferias de emprendimiento, encuentros poéticos latinoamericanos y fiestas patrimoniales. Estas actividades surgen de actividades eclesiales anteriores, como las ‘caminatas de oración’, la observación activa de los barrios, la conexión con los vecinos; el hecho de sentarse a observar. Y eso toma tiempo.

Mirando a Maringá
Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. “La cosecha es abundante, pero son pocos los obreros —les dijo a sus discípulos—. Pídanle, por tanto, al Señor de la cosecha que envíe obreros a su campo”.
[Mateo 9:36-38]
La ciudad de Maringá fue fundada por la empresa "Companhia de Melhoramentos do Norte do Paraná" en 1947, a pesar de que el proyecto existía desde el año 1943, de la mano del urbanista Jorge de Macedo Vieira, quien fuera adepto del concepto “Ciudad Jardín” del británico Ebenezer Howard. Una “Ciudad Jardín” es una “zona urbana diseñada para una vida saludable y de trabajo; tendrá un tamaño que haga posible una vida social a plenitud, no debe ser muy grande, su crecimiento será controlado y habrá un límite de población. Estará rodeada por un cinturón vegetal y comunidades rurales en proporción de 3 a 1 respecto a la superficie urbanizada. El conjunto, especialmente el suelo, será de propiedad pública, o deberá ser poseído en forma asociada por la comunidad, con el fin de evitar la especulación con terrenos”.
Fue durante los años 1960 que la ciudad tuvo un crecimiento explosivo, impulsado tanto por su plan original de urbanización, como por las oportunidades laborales y los elevados índices de calidad de vida que se mantienen hasta hoy, ubicando a la ciudad en la posición Nº4 de las mejores ciudades para vivir en Brasil. Como plantea el sitio web de la Municipalidad de Maringá, “si actualmente Maringá presenta elevados índices de calidad de vida, eso se debe a su gente, en todos los tiempos históricos, pues supieron elegir a sus gobernantes y trabajaron noche y día para que la ciudad sea lo que es. Por lo tanto, el mayor patrimonio maringaense es su gente, por sobre cualquier bien material e inmaterial”.
No es difícil percatarse que la ciudad de Maringá es una especie de ciudad modelo. Sus calles llenas de árboles, sus vías tan bien pensadas, sus avenidas planificadas para el comercio y sus calles circundantes planificadas para la vivienda, sus parques (el ‘Parque do Ingá’ es inmenso, para la proporción de la ciudad), su actividad comercial, su parque automotriz muy nuevo (realmente me sorprende, basado en otras ciudades de Brasil que he podido conocer, lo actual del parque automotriz). En fin. Cada cosa que plantea el concepto urbanístico de “Ciudad Jardín” se refleja en Maringá.
Pero más allá de lo fascinante que puede llegar a ser una ciudad tan ordenada y pulcra, hay un aspecto de su gente que me ha llamado profundamente la atención. 
Uno de los eruditos que más he leído en este último tiempo es el filósofo coreano Byung-Chul Han. Sus reflexiones me han permitido una mirada filosófica del comportamiento del humano tardomoderno. En su libro “La sociedad del cansancio”, el filósofo plantea que “la sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas”, dieron paso a otra sociedad que consta de “gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos”. Para Han, “la sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento”. El rendimiento, como virtud de la sociedad tardomoderna, se aplica a todas las áreas de la misma. El sujeto del rendimiento, como denomina al ser humano de esta sociedad del rendimiento, se explota a sí mismo para poder alcanzar sus ‘propios’ objetivos (que no son otros sino los objetivos del mismo sistema). Se transforma en un esclavo de sí mismo. Esa autoexplotación lo lleva al burnout. Para poder seguir rindiendo, el sujeto del rendimiento requiere del dopaje. Pero no se debe entender solamente el dopaje como el consumo de drogas permitidas, sino que el dopaje está presente en todo aquello que te permite estar siempre con la disposición a seguir rindiendo para poder mostrarte exitoso. El problema, como dice Han, es que “el exceso del aumento de rendimiento provoca el infarto del alma”. En su libro “La agonía del eros”, Han nos entrega un aspecto más de esta sociedad tardomoderna: El esclavo tardomoderno, motivado por la defensa de su bienestar, pone a la salud a un nivel de un fetiche. Para el esclavo tardomoderno, “la salud como tal constituye un valor absoluto. La salud es elevada a la condición de ‘gran diosa’: se venera la salud”. 
Maringá es una ciudad de sujetos del rendimiento. La cantidad de centros médicos, clínicas dentales, centros estéticos, clínicas estéticas, gimnasios, centros holísticos, clínicas del alma, es directamente proporcional a los árboles de sus calles. Todos y cada uno de estos espacios buscan ofrecer sacrificios a la ‘diosa salud’, que nos ‘bendice’ con la posibilidad de poder seguir rindiendo. “En una sociedad donde cada uno es empresario de sí mismo, domina una economía de supervivencia”, agrega Byung-Chul Han más adelante en su teoría. 
Maringá es una ciudad maravillosa, pero que necesita escuchar el Evangelio de Jesucristo. Ese evangelio que nos recuerda que no podemos hacer absolutamente nada para merecer el amor de Dios, sino aceptar por fe que otro lo hizo por nosotros y nos imputa su obra de manera misericordiosa. Es un mensaje contracultural a la sociedad del rendimiento, pero que es el mensaje que emana de la Palabra de Dios.
En un próximo post propondré algunas acciones para vivir una vida encarnacional, que nos confronte con nuestra permeabilidad a la cultura y nos impulse a cuidar de nuestra propia espiritualidad.

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