(El siguiente post es mi traducción de lo aparecido en http://voltemosaoevangelho.com/blog/2016/07/quando-uma-igreja-abandona-disciplina-ela-abandona-cristo/)
Ciento cincuenta años atrás, John
Dagg sugirió que “cuando la disciplina abandona a la iglesia, Cristo la
abandona con ella”. En ese tiempo, los bautistas y la mayoría de los otros
evangélicos practicaban una meticulosa disciplina eclesiástica. Durante los
siguientes cincuenta años, la mayoría de los evangélicos abandonó la práctica.
Por lo menos tres generaciones hasta ahora, iglesias evangélicas en occidente
han sido negligentes en esa práctica. A pesar de ello, durante ese período, el
Señor bendijo muchas de esas iglesias de formas espirituales y materiales.
¿Estaba Dagg en lo correcto?
No dudamos en sentir que Dagg
debería estar en lo correcto. Ser negligentes en una disciplina eclesiástica es
desobedecer a Jesucristo. El Señor ordena que las iglesias ejerciten la
disciplina en Mateo 18.15-17, como también en muchos otros pasajes del Nuevo
Testamento. Aun así, Cristo evidentemente no abandonó todavía nuestras iglesias
evangélicas, a pesar que de hecho nuestras iglesias han abandonado la disciplina.
Ese hecho nos recuerda que no hay una simple correlación entre una
desobediencia de la iglesia de un lado y de otro, oxidamiento espiritual y
abandono de Cristo. Nuestro Señor juzga nuestra desobediencia en el tiempo y en
la medida de su sabiduría.
Un factor que puede haber “retrasado”
el juicio de Dios es que nuestras iglesias son fieles en áreas significativas
del servicio evangélico. De hecho, nuestra ambición de anunciar el evangelio ha
sido un obstáculo para obedecer a Cristo en el asunto de la disciplina. Muchos
pastores y miembros de las iglesias temen disciplinar miembros desobedientes
porque resultará en más prejuicio que ventaja en el avance del evangelio.
Ahuyentará “buenas” familias avergonzadas y con rabia, dándonos un motivo de
ser el hazme reír, o desagrado de parte de los no creyentes, quienes ven la
disciplina como bárbara y contraria al sentido común de la compasión. Nuestras
iglesias son negligentes con la disciplina por miedo a que la práctica
perjudique la causa de Cristo.
Pero a pesar de nuestras
motivaciones piadosas, la desobediencia es desobediencia y seremos llamados a
prestar cuentas. El hecho de que el Señor muestre misericordia y paciencia
hacia las iglesias desobedientes no es una excusa para esa desobediencia.
Estamos presumiendo con base en la misericordia del Señor y no tenemos temor de
su juicio. La abandono de la disciplina eclesiástica, sin embargo, expone a la
iglesia a peligros fundamentales. La pérdida de la disciplina eclesiástica
debilita las bases de la Iglesia.
Debilitando los fundamentos de la iglesia
Las iglesias que fallan en
practicar la disciplina debilitan su carácter regenerativo. Al omitirla,
toleran un comportamiento pecaminoso en su membresía y hacen de ellas lugares
confortables para los no regenerados.
Las iglesias que fallan en
aplicar disciplina debilitan también la santidad de la iglesia, ya que eso
debilita a los creyentes en su lucha contra el pecado. Jesús dio la disciplina
como uno de los remedios del evangelio, sin la cual nuestra santificación aflojará.
Aplicar disciplina eclesiástica para nuestras enfermedades pecaminosas
fortalecerá a los cristianos en su batalla diaria con Satanás, el mundo y la
carne.
Las iglesias que fallan en
practicar la disciplina debilitan posteriormente su espiritualidad, celo y
devoción al Salvador. La disciplina enseña a la Iglesia a obedecer al Señor en
un área que es desagradable, aborrecible y contraria a las sensibilidades
generales de la cultura. Al ejercitar la disciplina, nos comprometemos a la
forma espiritual de Cristo, incluso cuando la razón, la compasión y la
civilidad vengan a argumentar que no debemos obedecer. Los cristianos , de esta
forma, aprendemos a confiar en la sabiduría de Cristo en vez de en la sabiduría
del mundo. Aprendemos a obedecer a Cristo a pesar de las consecuencias poco confortables.
Al descuidar la disciplina, nos
capacitamos para no tomar la cruz, no temer al Señor, no sufrir deseosamente
por causa de Cristo y no oponernos al mundo. Y una vez bien capacitados para
descuidar la disciplina eclesiástica, la iglesia pierde su compromiso con el
evangelio en sí.
Cuando una iglesia abandona la disciplina, abandona a Cristo
Ese fue el motivo por el cual
Dagg dice que cuando la disciplina abandona una iglesia, Cristo la abandona con
ella. Sin embargo puede ser más exacto decir que cuando una iglesia abandona la
disciplina, esa iglesia abandona a Cristo. Las iglesias no pretenden abandonar
a Cristo y tal vez no lo hagan completamente. Pero por abandonar la disciplina,
ellas comienzan a colocar trabas entre ellas y Cristo.
Además, el principio sobre el
cual ellas abandonaron la disciplina actúa como levadura, trabajando más
ampliamente para debilitar el compromiso de la iglesia con Cristo y su
habilidad de tomar la cruz y seguirlo. Ellas se conforman cada vez más con el
mundo. Es sólo un asunto de tiempo antes de que Cristo las abandone.
En el Nuevo Testamento, el Señor
juzgó a las iglesias que toleraron ofensas contra la ley de Dios. La iglesia de
Corinto observó la Cena del Señor de forma pecaminosa por tolerar la inmoralidad,
las divisiones, la parcialidad y el desprecio entre los miembros. Por ese
motivo, Dios visitó alguna de ellas con enfermedades y a otras con muerte (1ª Corintios
11.30). El texto griego y el contexto sugieren que la falla de ellas no fue
tanto una falla en reconocer la presencia de Cristo (“discernir el cuerpo”),
sino una falla en la disciplina (“juzgar el cuerpo”) según 1ª Corintios 11.29.
En todo caso, hay una conexión directa entre la tolerancia de la iglesia de los
Corintios con el comportamiento pecaminoso y el juicio de Dios sobre ellos.
Jesús reprende a las iglesias que
desobedecen su mandamiento de practicar la disciplina eclesiástica fielmente.
Él amonestó a las iglesias de Pérgamo y Tiatira porque ellas fueron negligentes
a la disciplina eclesiástica (Apocalipsis 2.14-15, 20). La iglesia de Pérgamo
toleró a aquellos que mantenían la doctrina de Balám y otros que mantenían la
enseñanza de los nicolaítas. La iglesia de Tiatira toleró a la falsa profetisa.
Él les ordenó que se arrepintieran, lo que solamente puede ser logrado mediante
la disciplina eclesiástica. No sabemos a dónde se extendió el arrepentimiento
de los pecados de falta de disciplina. Sin embargo sabemos que Jesús juzgó esas
iglesias como última instancia antes de
abandonarlas.
Si nuestras iglesias toleran el pecado no arrepentido de sus miembros, podemos esperar juicio. Por
lo tanto, ya no presumamos más de la misericordia del Señor. Consideremos
bien la reprimenda del Señor a la iglesia de Sardis en Apocalipsis 3.1-3:
“Escribe al ángel de la iglesia de Sardis:
Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las
siete estrellas: Conozco tus obras; tienes fama de estar vivo, pero en realidad
estás muerto. ¡Despierta! Reaviva lo que aún es rescatable, pues no he
encontrado que tus obras sean perfectas delante de mi Dios. Así que recuerda lo
que has recibido y oído; obedécelo y arrepiéntete. Si no te mantienes
despierto, cuando menos lo esperes caeré sobre ti como un ladrón.”
En
ese momento descubriremos que Dagg estaba en lo correcto.
(Las cursivas indican decisiones del traductor para dar coherencia en el español)